Objetivo de Alabemos al Señor

Llevar el mensaje de nuestro Señor con entusiasmo a través de internet , ya que hay que tener un fuego en el corazón por el Señor y vivir la fé.

Misión

Llevar el Evangelio a todas partes: Al arte, al deporte, a la política, a la poesía, etc; a través de la predicación, explicando lo importante de la relación de DIOS con la humanidad.

Radio María

miércoles, 13 de enero de 2010

CUENTO: EL PROYECTO DE JESUS (INFANTIL)

FICHA LIBRO
Inicio > Lengua y Literatura > Narrativa > Varios > Riso WalterDe Regreso A Casa
Título del libro: De Regreso A Casa
Idioma: Español

EL PROYECTO DE JESÚS
Autores: Luis Razeto Migliaro - Pasquale Misuraca.
Editado por Centro Ecuménico Diego de Medellín
Santiago de Chile, 2008
Reg. propiedad intelectual: Nº 171184
I.S.B.N 978-956-319-279-7
EL TEMPLO - (Capítulo 1)
LAS TENTACIONES - (Capítulo 2)
EL PROYECTO - (Capítulo 3)
LA COMUNIDAD - (Capítulo 4)
LA MULTIPLICACIÓN - (Capítulo 5)
EL PODER - (Capítulo 6)
LA SALUD - (Capítulo 7)
LA RESURRECCIÓN - (Capítulo 8)
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EL PROYECTO DE JESÚS
EL TEMPLO - (Capítulo 1)
LAS TENTACIONES - (Capítulo 2)
EL PROYECTO - (Capítulo 3)
LA COMUNIDAD - (Capítulo 4)
LA MULTIPLICACIÓN - (Capítulo 5)
EL PODER - (Capítulo 6)
LA SALUD - (Capítulo 7)
LA RESURRECCIÓN - (Capítulo 8)
EL TEMPLO - (Capítulo 1)
A mis nietos: Geraldine, Daniela, Andrés, Sebastián, Larissa, Laura, Rafael, Angela, Azul y Benjamín
Luis

A Nefeli, hija de Alexandra y mía.

Pasquale


En ocasión de la Gran Fiesta, no importa de cual religión ni de qué época, Jesús adolescente llega a la Ciudad Santa y cruza la puerta del Templo.

¿Dónde estoy? ¿Por qué este silencio repentino? ¿Qué es este espacio desmedido? Me siento empequeñecer. Avanzo lentamente, como en sueños. Respiro apenas. ¿Estoy en el Templo?

Un olor me rodea, me asalta, me marea; como de flores marchitas... campos de trigo quemado... una pieza olvidada por el sol... Me falta el aire, y me persigue el eco de mis pasos, cada vez más fuertes. ¿Estoy en el Templo?

Penumbra alrededor, me desplazo... caen haces de colores desteñidos, avanzo... De frente, desde lo alto, me escrutan, me encantan estatuas de vidrio... Por todos lados columnas que se curvan en cadenas de arcos inmensos. Me aplasta un cielo de piedra... ¡La casa de un gigante! ¿Es el Templo? ¿Es éste el Templo? La cabeza me da vueltas...

El muchacho se acerca a un árbol-columna, se apoya, resbala por su costado, se sienta a sus pies, recupera la respiración, y reflexiona.

Pero ¿el Templo no es la casa de Dios? ¿No debiera estar lleno de su presencia? ¿No debiera estar repleto de vida? En cambio he dejado de sentir su compañía. ¿Cómo es que lo sentía cercano cuando estaba afuera, y se me esconde ahora que estoy aquí? ¿Me hablaba en el mundo y calla en su casa?

Sin embargo, mi padre José... ¡Ah! Esa tarde bajo la higuera colmada de higos maduros, con el vientecito liviano que le movía suavemente el cabello, y sus ojos que chispeaban por la alegría de estar conmigo!

- Mira, Jesús, exactamente como estamos ahora juntos aquí tu y yo, estarás con el Señor en el Templo, y escucharás su voz, y le hablarás, y te escuchará.

- Pero, José, ¿Dios no está en todas partes? Yo lo siento, en verdad, aquí entre nosotros.

- Cierto, Jesús. Pero en el Templo se nos acerca todavía más. El Templo es un lugar especial, como la casa ¿no?, como... como la montaña de Moisés, ¿recuerdas? ¿Recuerdas aquél día en que Moisés, no escuchando ya claramente la voz de Dios en medio del pueblo que se desesperaba y daba vueltas alrededor de mil distracciones, subió a la montaña para reencontrarlo? Y el Señor estaba ahí, esperándolo, y le habló con voz de trueno, y le ordenó que construyera un Templo, y le prometió que allí lo encontraría siempre, cada vez que lo necesitase.

Y ahora que te necesito, Dios, y que estoy en tu Templo, ¿dónde estás? ¿Por qué no te siento? Pero, ¿es verdad que estás aquí? Si estás, ¿dónde? ¿Estás metido en algún rincón, y te escondes en un juego cruel? ¡Voy a buscarte!

El muchacho se levanta y continúa buscando a Dios en el Templo. Busca a Dios y encuentra el arte, o sea aquello que todos encontramos en los templos: estructuras extraordinarias, máquinas maravillosas, escenarios espectaculares, construidos para sorprender, atemorizar, conmover, transportar, callar, trastornar, deslumbrar, turbar, raptar...

Encuentra la arquitectura con sus escalas y plataformas, columnas y cornisas, arcos y bóvedas, vidrieras y cúpulas, espacios infinitos y sublimes proporciones. Las esculturas, de madera, de mármol, de marfil, de yeso, de oro, que representan cuerpos desgarrados, arrebatados; y la pintura de rostros y paisajes, de infiernos y paraísos.

Encuentra las representaciones de Dios y de los hombres, del cielo y de la tierra... Buscando la voz de Dios encuentra las obras de los hombres que tratan de comunicarse con Dios. Esto es lo que han deseado los hombres, desde las épocas más remotas. Los petroglifos, aquellos dibujos inmensos desplegados en la cordillera y sobre los desiertos, eran modos de decir a Dios: “míranos, aquí estamos nosotros, ¿nos ves?

¿Qué son estas obras? – se pregunta el muchacho - ¿Qué hacen en la casa de Dios? ¿Quién las hizo? Parecen algo diferente a un diálogo con Dios... No, éstas no son palabras de Dios, no lo expresan a El como se manifiesta en los movimientos del cielo estrellado, en el ondear de los mares infinitos, en el sucederse de las estaciones, en el enrollarse de las serpientes.

Estas son obras de los hombres, impresionantes, encantadoras, pero ¿por qué aquí en el Templo resuenan las palabras de los hombres y no las de Dios? Es como si a través de estas obras, quienes las hicieron hubieran tratado de hablarle, de distintas maneras, en voz baja, en tonos excitados, a flor de labios, diciéndole miles y miles de cosas, expresando deseos, mostrando valentías, manifestando emociones, personificando sentimientos, articulando pensamientos, descubriendo secretos, confesando esperanzas, susurrando dudas, planteando preguntas. ¿Pero la respuesta de Dios?

Quiero salir de este Templo.

Las puertas del Templo chirrían, se infiltran las voces de afuera... motores... gritos de muchachos... ofertas de vendedores... Jesús se da vuelta y se dirige hacia la salida.

Pero ¿qué son aquellas sombras que caminan? ¿Qué son esos hombres de negro? Son los sacerdotes del Templo. Se arrodillan y se alzan mirando fijamente al altar. Avanzan en procesión. Cuando me descubren me apuntan, me escrutan; pero yo resisto sus miradas de dueños de casa.

No debo tener miedo – me digo, anda a hablar con ellos.

Y Jesús adolescente los sigue hasta los peldaños que llevan a una plataforma, en cuyas paredes una imponente estantería encierra los Libros Sagrados. En el centro de la plataforma, con los libros a sus espaldas y el muchacho abajo, los sacerdotes se instalan cuidadosamente en grandes sillones. Cuando terminan de instalarse frente a él, Jesús les dirige la palabra.

- ¿Pueden darme una respuesta? Estoy inquieto y tengo una pregunta que hacerles.

Es el sacerdote que ocupa el centro de la fila quien le responde.

- ¿Quién eres?

- Soy un muchacho que busca a Dios.

- Bien. Esta es la casa de Dios.

- Lo he buscado, pero no he sentido su voz. He sentido en cambio las voces de los hombres.

- ¿De qué voces hablas?


Dando una vuelta alrededor de sí mismo e indicando con un amplio movimiento del brazo y la mano lo que lo circunda, Jesús responde:

- Miren, todo aquello que veo en el Templo son obras de los hombres. Pero no he visto aquí una obra de Dios. He escuchado cantar a los hombres y, como respuesta, el silencio de Dios.

Los sacerdotes intercambian miradas sonrientes, e indican los Libros Sagrados ordenadamente dispuestos a sus espaldas.

El jefe de los sacerdotes, a Jesús:

- Esa es la palabra de Dios.

Jesús, impertérrito:

- Los Libros Sagrados, los conozco. Los he leído junto a mi padre.

- ¿Y no encontraste en ellos la palabra de Dios?

- ¡Cierto! Pero yo busco al Dios vivo aquí en el Templo.

- No has leído en los Libros Sagrados que precisamente en el Templo vive Dios, y que nosotros los sacerdotes lo representamos entre los hombres?

- ¿Y Dios les dijo que mantuvieran sus Libros cerrados en los estantes? ¿Por qué no dejan que todos puedan leerlos libremente?

- Somos nosotros, los sacerdotes, los encargados de enseñar la palabra de Dios sin equívocos ni errores.

Jesús frunce las cejas y reflexiona, caminando arriba y abajo delante de ellos. Se detiene, los mira y vuelve a interrogarlos:

- Si todos somos iguales delante de Dios, ¿por qué ustedes se ponen por encima de los demás hombres?

En los rostros de los hombres de negro se apagan las últimas sonrisas de suficiencia, y el jefe responde secamente:

- Nosotros somos los Doctores de la Ley.

- Ustedes que conocen bien los Libros y la Ley, explíquenme: ¿por qué estos cuadros y estas esculturas en la Casa de Dios?

El jefe de los sacerdotes mira al sacerdote que está a su lado, y éste responde a Jesús:

- Hijito, el arte eleva el espíritu. Mediante el arte son representados los grandes misterios que los hombres simples no alcanzan a comprender.

- Pero yo he visto imágenes terribles que producen temor.

El jefe de los sacerdotes, volviendo a tomar la palabra:

- ¿Cómo no? Es necesario atemorizar a los hombres, y sobre todo a las mujeres, que de otra manera no se controlan, y manifiestan sin límites y sin freno las más turbias pasiones. El ser humano inculto es peligroso, llevado por sus instintos bestiales, como un caballo sin jinete y sin riendas que cocea el aire, salta el corral y se pierde en lo intrincado del bosque, en el polvo de los desiertos y en las gargantas de los mares.

- Comprendo. Pero estas obras están hechas por espíritus libres que abren territorios desconocidos, que inventan mundos de colores y formas inquietantes.

- Bien, muchacho. Es verdad, los artistas son seres desencadenados, que no logramos controlar; pero hemos comprendido que sus obras subversivas producen en los demás hombres un efecto psicológico positivo. En efecto, los artistas subliman sus propios instintos y sus propias pasiones representándolas, y los espectadores se contentan con asistir a los espectáculos de esa libertad, sin atreverse a la suya, sino a escondidas, de noche, cuando apartados, inocuos, solos, sueñan con ser caballo y jinete, cazador y presa, artista y espectador al mismo tiempo.

- Pero entonces, esta religión de la que ustedes son los señores, no es la religión que aproxima a Dios y que hace libres, sino una religión que mantiene las distancias y somete, que reprime y vuelve dóciles, que crea mujeres y hombres buenos pero atemorizados.

Un sacerdote anciano:

- ¿Qué? ¿Cómo? ¿Entendí bien?

Otro sacerdote, haciendo una señal al anciano para que se calme, interviene:

- ¿Y qué otra cosa se puede hacer? ¿No has leído que el hombre es un pecador?

- Y ustedes, ¿no han leído que Dios lo hizo a su imagen y semejanza?

El jefe de los sacerdotes retomando la palabra:

- Escucha un poco muchacho, ¿cómo se llama tu padre?

- ¿Qué tiene que ver mi padre? ¡Estamos hablando del Padre nuestro que está en el cielo!

Los sacerdotes enmudecen.

Jesús sube la escalinata que lo separa de la plataforma, se dirige decididamente a los estantes, los abre, busca entre los libros hasta que encuentra el que busca, y paseando en círculo alrededor de la fila de los sacerdotes lee en alta voz:

“Soy pequeño en edad y vosotros sois viejos;
Por eso tenía miedo, me asustaba el declararos mi saber.
Me decía yo: “hablará la edad, los muchos años enseñarán sabiduría”.
Pero en verdad, es un soplo en el hombre, es el espíritu de Dios lo que hace inteligente.
No son sabios los que están llenos de años, ni los viejos quienes comprenden lo que es justo.
Por eso he dicho: escuchadme, voy a declarar también yo mi saber.
Hasta ahora vuestras razones esperaba, prestaba oídos a vuestros argumentos;
mientras tratabais de buscar vocablos, tenía puesta en vosotros mi atención.
Y veo que ninguno a Job da réplica, nadie de entre vosotros a sus dichos responde.
No digáis, pues: “Hemos hallado la sabiduría; nos instruye Dios, no un hombre”.
No hilaré yo palabras como ésas, no les replicaré en sus términos.
Han quedado vencidos, no han respondido más: les han faltado las palabras.
He esperado, pero ya que no hablan, puesto que se han quedado sin respuesta,
responderé yo por mi parte, declararé también yo mi saber
Pues estoy lleno de palabras. Me urge un soplo desde dentro.
Es, en mi seno, como un vino sin escape que hace reventar los odres nuevos.
Hablaré para desahogarme, abriré los labios y replicaré.
No tomaré el partido de ninguno, a nadie adularé.
Pues yo no sé adular. Bien pronto me aventaría mi Hacedor.”

Cuando termina de leer el párrafo, Jesús entrega el libro al sacerdote más cercano,
da vuelta la espalda y deja el Templo.

Como un marinero se aleja en su barca del puerto y de la tierra y la ciudad retrocede, Jesús abandona el lugar donde ha sentido por primera vez la ausencia de Dios, mientras los sacerdotes retroceden, como piedra anclados en sus sillones, “estupefactos por su inteligencia y sus respuestas”.


*


Después del fallido encuentro con Dios en el Templo, donde en cambio tuvo la experiencia de la presunción de los sacerdotes, el deseo de Jesús de hablar con Dios y de escuchar su palabra no se desvanece.

En el Templo había descubierto una cosa, a saber, aquella actividad mediante la cual los artistas tratan de ir más allá de sí mismos y de expresar a Dios sus propios sueños, y decide seguir ese camino. Pero hacerlo no creando obras que atemoricen y sugestionen a los hombres y mujeres sino que lo acompañen y les sean útiles en la vida y en el trabajo de cada día.

Esperando que Dios le dirija la palabra se convierte en un artesano carpintero, un humilde escultor, un hacedor de objetos, de barcas y muebles, de arados y casas, barriles y azadas. Ha decidido vivir la búsqueda de Dios, continuando la lectura de los Libros Sagrados por su cuenta, contemplando la naturaleza y observando la vida que hacen los hombres. Jesús volverá raramente a los templos, sólo para no disgustar a su padre. Y cuando José muere, demasiado temprano, ya no volverá a ellos.


*


Muchos años después de la inquietante peregrinación de su adolescencia, Jesús participa en otra, siempre en búsqueda de la voz de Dios.

Jesús es un hombre de treinta años. Es un hombre que trabaja, en la plenitud de su vigor físico, respetado en su comunidad, partícipe de una familia. Este hombre tranquilo y seguro percibe que a su alrededor crece la incertidumbre, la carencia de sentido, la inquietud por el futuro, y se pregunta por qué los hombres están inquietos, incluso aquellos que no parecen tener razones para sentir inseguridad.

Pero ¿cómo? Tienen todo lo que los hombres y las mujeres desean para vivir bien y ser felices, tienen dinero, casa, trabajo, familia, salud; se sacian con todas las diversiones de este mundo y todos los placeres de este cuerpo, y sin embargo están ahí en una condición ansiosa, de insatisfacción, se atormentan y atormentan a los demás, se agreden y mutilan. ¿Qué desean y no tienen? ¿Qué les falta para agradecer a Dios de haber nacido y de vivir en este mundo, y de asistir cada mañana a la salida del sol y cada noche al despliegue de las estrellas?

Estas reflexiones le dan vueltas en la cabeza por bastante tiempo, hasta que llega a saber que hay un profeta de nombre Juan que vive feliz sin nada, y que muchos van a encontrarlo curiosos en una peregrinación improvisada, desordenada, espontánea, y sobre todo no organizada por los sacerdotes. Decide ir a encontrarlo, y lo encuentra desarrollando su misión espiritual fuera de la ciudad y lejos de los templos, en los márgenes del desierto, en la rivera del río, a la sombra de los árboles.

Juan pertenece a una raza de hombre religioso muy diferente a la de los Doctores y Sacerdotes. Es un profeta, esto es, un tipo de intelectual que tiene pocos ejemplares, pero que existe en todas las culturas y en todas las épocas.

El profeta se caracteriza por su absoluta lucidez, por su implacable capacidad de ver la realidad de los hombres y de la sociedad, presente y futura. Es un ojo agudo, penetrante, objetivo. El profeta ve lo que cada uno quiere esconder, que el poder quiere esconder, que sólo los niños logran de vez en cuando develar ingenuamente, sólo que el profeta no es ingenuo sino consciente. Sabe lo que sucede y sabe lo que hace.

Por eso, inevitablemente vive en la soledad en medio de los hombres, los cuales lo siguen como se sigue a un ser superior del que esperan soluciones a sus problemas, salvación, o sea liberación de las enfermedades y de la muerte. Pero lo que hace el profeta es solamente mostrar a los demás lo que ve: el bien y el mal, haciendo luz sobre ambos, y mostrando que lo que habitualmente se cree bueno no es tal, y lo que habitualmente se cree malo no es tal.

Muestra la realidad, la crisis, las catástrofes que se avecinan, no para atemorizar sino para que los hombres enfrenten los problemas de un modo distinto a como lo han hecho, transformadoramente, cambiando de dirección, asumiendo que sólo ellos pueden resolver las dificultades y los problemas que tienen.

El profeta no se constituye como jefe, como líder de las multitudes, no quiere secuaces ni fieles que cumplan su voluntad, sino solamente hombres que abran los oídos y los ojos y actúen en consecuencia. El profeta quiere abrir a una nueva civilización, lo que no es posible hacer desde dentro de las instituciones y utilizando el poder de la antigua.

Los que llegan a saber de su extraña figura y de sus palabras de fuego, para encontrarlo deben dejar los caminos conocidos y buscarlo donde se encuentre en aquél momento, a orillas de un río, en el claro de un bosque, al confín de un desierto, en los faldeos de una montaña, en una playa de mar, bajo el cielo estrellado.

Juan el profeta no tiene una casa, no ha construido a su alrededor un ambiente de seguridad y comodidad, no ha establecido vínculos institucionales, ni una red de relaciones sociales. Pero no vive solo. El está continuamente en presencia de Dios. La palabra de Dios no la lee en los libros sino que la recibe interiormente. No es un intérprete de Dios, sino su portavoz.

El profeta forma parte de la comunidad que constituyen los seres de la naturaleza, plantas y animales, ríos y montañas, estrellas y nubes. El profeta habla su lenguaje y siente sus voces, y lee en los acontecimientos naturales, en la sequía y en la abundancia, en el nacimiento y en la muerte, en el florecer y en el marchitarse, mensajes secretos y enseñanzas profundas.

En el lugar y en el momento en que encuentra a Juan, Jesús siente la voz de Dios, aquella voz que no había sentido en el Templo. Es en aquél momento y lugar que ve descender el Espíritu sobre él. Juan, el profeta hasta ese momento, le entrega el testimonio indicándolo como el nuevo profeta que hay que escuchar.


*


Jesús vuelve a su aldea, cuelga las herramientas de carpintero, y se dirige a la iglesia donde se está desarrollando una catequesis religiosa. La iglesia está llena de gente. Todos lo conocen, y él los conoce a todos. El sacerdote está terminando la lección e invitando a alguno de los fieles a que lea el Libro Sagrado. Al ver a Jesús se sorprende visiblemente de su ingreso a la iglesia, y aún más cuando ve a Jesús el carpintero, hombre estimado por todos como bueno y justo, pero que desde hace años no participa en las actividades religiosas, caminar hacia el Libro.

Jesús sube al podio y espera. El sacerdote le consigna el libro abierto y le indica el trozo a leer. Pero Jesús cierra el libro y cierra los ojos, los vuelve a abrir y busca un texto preciso para leer:

“El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha ungido
para anunciar a los pobres la Buena Nueva,
me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
para dar la libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor.”

Jesús cierra el libro y lo devuelve al sacerdote. Todas las miradas se fijan en él.

Después de un largo y completo minuto de silencio, de respiraciones suspendidas, de miradas atónitas, de imperceptibles oscilaciones y ajustes de los cuerpos embarazados, durante el cual se sienten solamente los ruidos exteriores a la iglesia y el zumbar de una chicharra sobre un gran árbol de la plaza, Jesús toma la palabra:

- Hoy, conmigo, se cumple esta profecía. El Espíritu de Dios se posó sobre mí y escuché su voz. Desde hace mucho tiempo tendía mis oídos para escucharla, y finalmente sucedió. Y ¿saben dónde? No, aquí no, fuera de aquí. Vengan conmigo, salgamos, vayamos fuera de estos muros. Dios quiere otra cosa. Dios no los quiere buenos y timoratos, inocuos y tranquilos. Dios quiere la liberación de los oprimidos, quiere la salud de los enfermos, quiere que nos saquemos las vendas de los ojos, quiere la alegría de los tristes, quiere la serenidad de los ansiosos, quiere deshacer este nudo que se forma aquí entre el cuello y el pecho y que nos impide respirar la vida y expresar todo lo que sentimos, nos quiere libres y conscientes y fuertes. Dios quiere amar y ser amado.

Un murmullo acompaña estas palabras, e inmediatamente después, un gran desconcierto. Están los que se maravillan, están los que se escandalizan. El sacerdote es el jefe de los escandalizados.

Uno: - ¡Hey! ¿Qué se te subió a la cabeza? – Y sorprendido de su propia voz, mira al sacerdote buscando su apoyo.

El sacerdote: - Jesús, ¿qué dices? ¿Qué es ésta, una nueva doctrina?

Otro, a todos: - ¿No es éste el hijo de José el carpintero? ¿Y él mismo no es un carpintero?

Una mujer: - ¡Yo lo vi! Vi a Juan que se arrodillaba ante él y nos lo señalaba como el nuevo profeta.

Un hombre: - ¡Cállate tú! ¿Qué entiendes de estas cosas? ¿Juan el profeta? ¿Ese vagabundo? ¿Ese engreído que come hierbas silvestres?

El sacerdote: - Este, que no viene nunca a la iglesia y que hizo sus propias opciones, es un herético. ¡No lo escuchen!

Los ánimos se encienden. Todos se alzan y murmurando y gritando lo empujan fuera de la iglesia, lo arrastran fuera de la aldea, lo conducen hasta la cima del monte y lo constriñen hasta el borde del precipicio donde se bota la basura y los perros enfermos.

Una ráfaga de viento levanta una nube de polvo que golpea a la multitud. Jesús levanta una mano y los mira a todos a los ojos, uno a uno. Alza las manos al cielo y recita con voz firme:

“¿Quién Roca, sino sólo nuestro Dios?
El Dios que me ciñe de fuerza
Y hace mi camino irreprochable.”

Avanza, y separando en dos a la multitud a su paso, se aleja.


*


Desde aquél momento Jesús abandona familia y aldea, y comienza un singular peregrinaje por el mundo, en búsqueda de los hombres y de las mujeres, de los niños y de los viejos, y cruza pueblos, y supera montañas, y camina en los desiertos, y atraviesa ríos y mares, y recorre los campos, de día y de noche, y a todos escucha y a todos da coraje, y cura a los enfermos, y abre ojos y oídos, y resucita los muertos. Pero cada vez que encuentra doctores de las leyes, sacerdotes de los templos, intelectuales al servicio de los poderosos, los enfrenta, los denuncia, los desnuda a la vista de todos.

Dando círculos concéntricos, a partir de las periferias, se aproxima lentamente al centro del mundo, pasando por las grandes ciudades hasta alcanzar las mayores metrópolis, donde se encuentran los poderosos, los ricos, los jueces, los centros religiosos y políticos de la civilización. Y habiéndose puesto la ropa más hermosa, organizando su entrada en gran forma, llega de nuevo ante el Templo. Y observa todo lo que ocurre a su alrededor.

Ve confluir las multitudes de pobres, de desesperados, de esperanzados, de gente buena y mala, que como él cuando muchacho van en busca de Dios, de salud para sí y para sus hijos, de consuelo, de una oportunidad en la vida, de sobrevivencia. ¿Y qué encuentran estos seres humanos alrededor del Templo? Ante todo y principalmente, encuentran exhortaciones al arrepentimiento, incitaciones al sacrificio. Exigen sacrificios los profesores, imponen sacrificios los jueces, instigan al sacrificio los sacerdotes, piden sacrificios los políticos, anuncian sacrificios los economistas, los militares producen sacrificios. El sacrificio de palomas y corderos; el sacrificio de los terneros más gordos y de los hijos mejores; el sacrificio de las vírgenes y de los jóvenes más vigorosos; el sacrificio de los sentimientos y de los sentidos; el sacrificio del propio pensamiento y de la voluntad; el sacrificio del trabajo y de la vida entera.

Mientras ve todo esto Jesús comienza a sentir interiormente, siempre más fuerte y claramente, la voz de Dios que repite esta única frase:

“¡Misericordia quiero, no sacrificios! ¡Misericordia quiero, no sacrificios! ¡Misericordia quiero, no sacrificios!”

Y mientras escucha esta voz insistente su mente se embota y su pecho se inflama, y grita desde lo más profundo esta frase loca: ¡Misericordia quiero, no sacrificios! Y repite aún más fuerte: ¡Misericordia quiero, no sacrificios! El grito rebota en los muros del Templo, y el eco se pierde en el murmullo de la gente que se agita, cada uno en su propio asunto.

“Yo detesto, desprecio vuestras fiestas,
no me gusta el olor de vuestras reuniones solemnes.
Si me ofrecéis holocaustos
no me complazco en vuestras oblaciones,
ni miro a vuestros sacrificios de comunión de novillos cebados.
¡Aparta de mi lado la multitud de tus canciones,
no quiero oír la salmodia de tus arpas!
Que fluya, sí, el juicio como agua
y la justicia como arroyo perenne!”

Jesús se sienta en la cima de la escalinata que conduce al Templo, dándole las espaldas y mirando qué sucede a su alrededor, en los patios y en la plaza y en las calles cercanas. Ve a la gente que ha venido de lugares y países lejanos, acercarse al Templo para cumplir los sacrificios y deberes religiosos, para hacer los cuales deben comprar palomas y corderos, velas y santos, medallas y palos de incienso, y que para comprarlos deben hacer el cambio de moneda. Ve a los negociantes que ofrecen a los peregrinos lo que les sirve.

Fija los ojos en sus negocios. En su frente aparece el signo de la aflicción y de la tristeza; entrecerrando los ojos se le presenta la visión del pasado. Un hombre rico y bueno, un filántropo, que dona a todos las palomas y los objetos que necesitan para cumplir las leyes del sacrificio. Y he aquí que los sacerdotes se dan cuenta de la posibilidad de organizar este servicio obteniendo una ganancia. Crean alrededor del Templo instituciones que combinan la beneficencia con el negocio.

Y a la visión del pasado sigue la visión del futuro. Ve a las mujeres y a los hombres con sus hijitos, pobres que buscan esperanza, salud y ayuda, a los cuales se aproximan los buitres que con voz convincente, miradas garantizadoras y gestos de compasión, se ofrecen para servirles, guiarles y aconsejarles respecto a la manera de satisfacer sus necesidades. Ve la actividad de éstos como intermediarios de la caridad y la beneficencia, como administradores de las donaciones filantrópicas, como funcionarios de las instituciones de asistencia pública, como dirigentes de movimientos sociales; los ve gestionar los dineros predispuestos para ayudar a los necesitados tomando la mejor parte para sí y distribuyendo lo que sobra; los ve construir a su alrededor círculos de clientelas, de aficionados y devotos, de secuaces y admiradores, exigiendo de éstos a cambio, trabajo voluntario, cuotas de dinero, acciones de proselitismo, dedicación incondicionada.

Jesús abre los ojos colmados de lágrimas, desciende la escalinata llorando de modo incontenible, salen de su garganta verdaderos rugidos. Se construye con un haz de cuerdas un largo y terrible látigo, y diciendo a cada uno “habéis convertido la casa de oración que es para todos en una cueva de bandidos”, comienza a golpear a los que encuentra en su camino: vendedores de palomas, cambistas de moneda, rectores de santuarios, presidentes de organizaciones sin fines de lucro, gurús de todos los colores, damas de todos los santos, beatos de todos los estigmas, priores de conventos, madres superioras, directores de entes de beneficencia, políticos demagogos, recaudadores de colectas, organizadores de seminarios en que se discuten los problemas de los pobres, conductores de espectáculos de caridad, de fiestas de caridad, de desfiles de moda de caridad. Abre de par en par las jaulas, libera las palomas, voltea las mesas de los cambistas, parte las cajas de las limosnas, destruye los contenedores de las ofertas, dispersa al viento los cheques asistenciales, rompe los dossier, blancos y rojos.

“E impedía a cada uno que llevara cualquier cosa al Templo”.
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LAS TENTACIONES - (Capítulo 2)
Después de ser investido por Juan como el nuevo profeta, Jesús entra en el desierto. Un mar de arena, sin límites y sin puntos de referencia, bajo un sol cuya luz confunde la tierra y el cielo. Entrado en el desierto Jesús siente crecer en sí una necesidad de caminar y de perderse en su seno. Camina y piensa. Debe decidir qué hacer.

Hasta ese momento ha sido un ciudadano privado que ha vivido la relación con Dios interiormente, en el trabajo, en la contemplación de la naturaleza, en la oración. Pero comprende que no puede continuar así, que hacerlo sería rendirse sin haber luchado, una traición a Dios, a los demás y a sí mismo. Sufre por el sufrimiento del mundo. Los hombres, infelices, se agreden mutuamente, dominados por los poderosos, movidos por la avidez, por el miedo, por el egoísmo. Se extiende la incertidumbre, el engaño. Se confunden fantasía y realidad, conocimiento y superstición. Se disgrega la comunidad humana. Debe actuar en el mundo, debe cambiar su vida, debe cambiar el mundo.

¿Qué hacer? ¿A quiénes me dirigiré? ¿Hablar a los poderosos, que son los que tienen las riendas del mundo, los instrumentos del poder, la autoridad del mando, y conquistarlos para la causa de Dios? ¿Hablar a los intelectuales, que tienen las capacidades organizadoras, el don de la palabra y de la seducción, el rol de educadores de las masas? ¿Hablar a los pobres y desheredados, que no tienen nada que perder, que no tienen vínculos con el sistema, que son más fáciles de arrastrar a la lucha? ¿Hablar a los ancianos, que tienen la experiencia y la sabiduría, o a los niños que tienen la inocencia y la ductilidad mental necesaria para abrirse a lo nuevo? ¿A las mujeres, que educan a los hijos, que tienen el corazón más abierto, que son más apasionadas, y que comandan al comandante?

¿Y cómo hacerme escuchar? ¿Me vestiré como todos, de manera que me reconozcan como uno de ellos, y se sientan seguros? ¿O como Juan, que se diferencia de todos vistiéndose con pieles de animales, logrando así hacerse notar, sugestionando e impresionándolos a todos? ¿O me pondré vestidos fulgurantes, atractivos en su belleza y riqueza? ¿O como los gurús que adoptan hábitos tales que pongan en evidencia sus propias cualidades espirituales? ¿Pero debo hacerme reconocer por mis vestidos?

¿Con qué lenguaje expresaré lo que pienso y siento? ¿Usaré las palabras o las imágenes? ¿Debo hablar o escribir? ¿Debo consignar el mensaje en un libro? ¿Y no se apropiarán de él los sacerdotes, los expertos, los filólogos? ¿Y lo encerrarán en los estantes, como Libro Sagrado, y se erguirán como intérpretes oficiales haciéndoles decir su propio pensamiento y no el del autor, y litigarán sobre las minucias del texto para hacerle perder el espíritu? ¿O debo hablar con todos, uno a uno, a éste con un cuento, al otro con un razonamiento, a un tercero lanzándole una invectiva, a un cuarto conmoviéndolo con una canción? ¿Debo enseñar solamente con la palabra, o también con acciones y gestos memorables? ¿Debo hacer complejos análisis teóricos, o explicar de la manera más simple, con narraciones breves? ¿Me convertiré en un profesor? ¿Un predicador? ¿Un ejemplo vivo? ¿Un conductor de masas? ¿Un dirigente político? ¿Un artista? ¿Debo decir a los demás lo que deben hacer, o enseñarles a pensar por sí mismos y decidir en consecuencia?

¿Debo imitar a alguno, parecerme a algún profeta del pasado, diferenciarme de todos para aparecer, o ser simplemente yo mismo?

“No quiero ser copia de ninguno
porque soy imagen de Dios.” (Esteban Gumucio)

¿Pero debo hacerlo todo yo solo? ¿O buscar pares, cómplices, amigos, y fundar un grupo que actúe disciplinadamente, como un movimiento, como un partido? ¿O instruir discípulos y organizarlos para la difusión de mi mensaje? ¿Deberé fundar una nueva iglesia, con sus propios ritos y templos y jerarquías? ¿O una comunidad de hombres libres? ¿Y debo esperar que se me acerquen, o irlos a buscar, escogiéndolos de entre los mejores, de entre los más inteligentes? ¿Debo rodearme de los más sabios, de los más fuertes, o estaré en compañía de los hombres y las mujeres comunes, sin hacer diferencia alguna?

Por días y días Jesús vaga por el desierto, lejos de todos y de todo, absolutamente solo, inmutablemente concentrado en la estrategia que ha de emprender,. Las preguntas le dan vueltas en la cabeza sin respuesta, y reaparecen una y otra vez. Las ordena y se desordenan. Pide respuestas a Dios y Dios permanece mudo. Trata de encontrar orientaciones en los textos sagrados y éstos le dan respuestas contradictorias. Analiza lo que hicieron los grandes profetas, los caudillos, los filósofos, los héroes, los grandes artistas, los grandes políticos, los maestros, y todos le parecen modelos insuficientes o equivocados.

Duerme apenas. Se cobija detrás de las piedras y al interior de las grutas. Come lo que encuentra, grillos, hormigas, flores, raíces. Y una tarde, a la hora en que los rayos del sol han desaparecido y no se ha presentado todavía la noche, después de haber encendido un fuego con hojas y ramas secas, observa las llamas y las lenguas de fuego. Y he aquí, el humo y el fuego asumen la forma de una mujer pequeña, anciana, arrugada, toda envuelta en un hábito gris, que le dirige la palabra:

- Las obras de caridad, con los más pobres y los moribundos, esto hay que hacer. Es preciso ponerse a su servicio, recogerlos, confortarlos, disponerlos a morir en la gracia de Dios. Mitigar los sufrimientos de los pobres, disminuir los dolores de los enfermos, confortar a los necesitados.

Jesús le pregunta:

- O sea ¿el asistencialismo, la beneficencia, ayudar a la gente dejando intactas las estructuras sociales injustas que son la causa de la pobreza, de las enfermedades y de los sufrimientos del pueblo?

La mujer: - La caridad es lo que Dios quiere y lo que podemos hacer. ¿Quieres acaso cambiar el mundo? ¿No sabes que Dios en su sabia providencia lo acepta lleno de dolores y tal que conduzca a los seres humanos a la humildad, a la resignación, a predisponerse a buscar el cielo y no los placeres del mundo?

Jesús: - Dios nos hizo a todos iguales, nos quiere a todos felices; un hombre y una mujer sufrientes, necesitados, desesperados son la negación de su voluntad, el fracaso de su proyecto. Son la consecuencia de la maldad de un sistema social construido por los poderosos para defender sus privilegios y su potencia. Las obras de beneficencia no mellan un mundo dividido entre los placeres de los ricos y los sufrimientos de los pobres, no arrancan las raíces de la explotación que convierte a todos, poderosos e impotentes, en seres inferiores a sí mismos. La caridad no elimina las estructuras de la injusticia.

La figura de la mujer desaparece en el fuego.

El fuego se agranda, llamea, y con un crepitar adquiere ahora forma, frente a Jesús, la figura de un hombre alto y de cabello largo que viste un uniforme verde oliva. El hombre le dice:

- La revolución, con los obreros y los campesinos, esto hay que hacer. Hay que escoger a los jóvenes más encendidos, los más conscientes, y organizarlos para la guerrilla. Y partiendo de las montañas y de los campos, adiestrarlos para la lucha haciéndolos cumplir acciones demostrativas, desde las más insignificantes hasta las más grandiosas, y conquistando soldados y territorios, sostenedores e informantes, aproximarse a las ciudades, golpeando al enemigo para debilitarlo, quebrantarlo, aterrorizarlo. Y cuando se hayan acumulado las fuerzas suficientes, unidas por una férrea disciplina, entrar en la ciudad, controlar los medios de comunicación, y en fin asaltar los palacios y conquistar el poder.

Jesús: - O sea, ¿la guerra, una parte del pueblo contra otra parte del pueblo? ¿Los hijos contra los padres, los hermanos contra los hermanos? Y además, la disciplina militar seca el pensamiento y convierte a todos en soldados de tropa que no tienen en la cabeza más que ejecutar lo que les es encomendado, y que creen llegar a ser héroes en proporción a la sangre enemiga que vierten.

El hombre: - La revolución no es para las almas bonitas y los espíritus débiles. ¿Quieres cambiar el mundo y te espanta la sangre? Pero la violencia siempre ha sido la partera de la historia. ¿No has visto nunca nacer un bebé, y cómo chorrea sangre?

Jesús: - Cuando el poder es conquistado con la violencia y la revolución se realiza con la fuerza de las armas, no nace un mundo de hombres libres y felices. Las personas se adaptan y someten al nuevo poder porque le tienen miedo, y los nuevos jefes llegan a ser tan sospechosos y crueles como aquellos que los precedieron.

La figura del guerrillero desaparece en el fuego.

Una ráfaga de viento casi apaga las llamas, y en el humo que crece se alza ahora frente a Jesús la figura de un hombre vestido con estudiada informal elegancia, las mangas de la camisa arremangadas, y una banda multicolor cruzándole el pecho. Este le habla:

- Un gobierno democrático, que sea generoso con el pueblo, esto hay que hacer. Es preciso hacerse elegir presidente, prometiendo soluciones y mostrando seguridad. Si quieres alcanzar el poder debes conquistar el consenso, el apoyo de las multitudes, saciarle el hambre. Imagina carros colmados de pan, el pan lanzado a la masa que espera, piensa en sus aplausos y gritos de gratitud. ¡Si tú eres el Hijo de Dios puedes ordenar a las piedras que se transformen en pan!

Jesús: - ¡No solo de pan vive el hombre!

El hombre: - Está bien, démosle también educación, salud, servicios sociales, jubilación para la vejez, subsidios de desempleo. Si controlas el poder puedes organizar todo esto a gran escala, y hacer que el Estado sea fuente de bienestar social, que satisfaga las necesidades de todos.

Jesús: - O sea, ¿el populismo, los gobernantes que ejecutan los deseos de las masas, el estado que satisface las necesidades de las multitudes, y que hace que todos dependan de la administración pública?

El hombre: - ¿Pero no es eso lo que quiere el pueblo? ¿Acaso no pide en alta voz servicios sociales eficientes que den seguridad, que mejoren la educación y la salud, que disminuyan la desocupación, que garanticen a las mujeres y hombres una tranquila vejez, alejando males mayores, la delincuencia y sobre todo la violencia y la revolución que subvierten el orden constituido?

Jesús: - Cuando los gobernantes y el Estado satisfacen las necesidades de las personas, éstas se vuelven pasivas, permaneciendo en un estado de infantilismo, de espera a que otros resuelvan sus problemas. Y con ello se debilitan, como los hijos que no se liberan nunca de la tutela de los padres y permanecen toda la vida inseguros y débiles sin llegar jamás a ser gobernantes de sí mismos. Es precisamente éste el orden constituido.

El hombre: - Pero la política es una actividad necesaria y de alto valor, la ciencia y el arte de la convivencia humana. La conquista del poder – no para sí, naturalmente, sino por el bien de todos - es una gran lucha que debe conducirse con inteligencia y sagacidad.

Jesús: - El poder es en su esencia una relación social de dominación. El poder no hace libres. Tener poder es hacer que los demás realicen no su voluntad sino la de quien lo posee.

La figura del presidente desaparece en el humo.

El fuego adquiere nuevo vigor. Entre mil chisporroteos y centellas imprevistas que saltan como fuegos artificiales comparece, haciendo piruetas en un manto reluciente de estrellitas, un joven fascinante, con los ojos maquillados, el rostro empolvado, y en la mano una varilla dorada. Dice:

- Espectáculo, para seducir y hacer que todos queden con la boca abierta, esto hay que hacer. Los hombres y las mujeres, como los viejos y los niños, no desean ser libres, no quieren actuar y hacerse cargo de su propia vida, sino soñar con los ojos abiertos. Quieren admirar a alguien que no sea como ellos, un divo, una estrella, un mago que les haga vivir en un mundo encantado. Sube un día de fiesta a la cima del Templo repleto de gente, y lánzate al vacío, y los ángeles del cielo invisiblemente te sostendrán y te harán volar delante de todos.

Jesús: - O sea, ¿el culto de la personalidad? ¿Hacer de sí un ser superior, seductor, inalcanzable? ¿Y a quién conviene, y para qué sirve esto?

El joven: - Has de ti un gran hombre de espectáculo y los tendrás en el puño, y te aplaudirán, y suspirarán tratando de tocarte, y te entrevistarán pendientes de tus labios, y todos se interesarán en los más minúsculos detalles de tu vida, y querrán conocer tus pensamientos sobre esto y aquello, y admirándote seguirán tus consejos, tu mensaje.

Jesús: - ¡Apártate de mí, bufón!

El divo desaparece en los tizones ardientes entre las cenizas.

Jesús, exhausto, se tiende en la tierra y se adormece. Y en sueños ve a su madre avanzar en el desierto, acercarse al fuego, y hacer aquello que la ha visto hacer miles de veces para llevar los carbones encendidos dentro de la casa. Se arrodilla ante el fuego, extiende un extremo de su vestido, coloca en él una capa de cenizas, y encima dispone los carbones aún encendidos cubriéndolos con más ceniza. Se levanta y mirándolo le habla dulcemente:

- Ven hijo mío, ven a la casa. No pienses tanto. Ora et labora, esto debes hacer. Deja tranquilo al mundo. Deja de estar apartado con la cabeza llena de preocupaciones que te alejan del trabajo y del deber. Ven conmigo que estoy sola desde que José fue llamado por Dios. ¡El bueno de José! Piensa en hacerte una vida tranquila y buena, normal, y Dios te bendecirá como ha bendecido a tu padre.

Jesús: - ¿Pero no sabes que debo ocuparme de las cosas de mi Padre celestial?

La madre se aleja llevando consigo los restos del fuego. Jesús se despierta con los primeros rayos del sol. Siente mucha hambre y una gran energía interior. Con paso decidido se dirige hacia las aldeas y las ciudades. No tiene en la mente un plan, una estrategia de acción. Está movido por una fuerza interior que lo impulsa a sumergirse en el mundo, a escuchar a los demás, a buscar amigos, a leer los grandes libros, a observar la vida concreta de todos, y a encontrar en medio de los hombres las respuestas a aquellas preguntas que trató de identificar en la soledad del desierto.

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EL PROYECTO - (Capítulo 3)

Jesús comienza un gran viaje por el mundo y a través del tiempo, en el curso del cual conoce las más variadas experiencias e iniciativas de grupos que buscan vivir una vida distinta y que se proponen como ejemplos de sociedad justa y libre. Encuentra la comunidad de los esenios, la academia platónica, la escuela pitagórica, las comunidades anárquicas, los falansterios de Fourier, los hijos de las flores, la sociedad de los justos, las milicias guerrilleras, la cooperativa de Rochdale, las misiones indígenas de los jesuitas, las asociaciones de socorros mutuos, las corporaciones de artesanos, las redes informáticas, los pobrecillos de San Francisco, las comunidades ecológicas, las brigadas rojas, los cuáqueros, las asociaciones de consumidores conscientes, los niños de Dios, los partidos revolucionarios, las vanguardias artísticas, las logias masónicas, los monasterios benedictinos, los comités de barrio, las confraternidades, los círculos de iniciados, las ciudades del Sol, los herederos de la antigua sabiduría, el club de los mejores, los grupos teosóficos, la sociedad de los argonautas, y quien tenga otras las agregue.

Y conviviendo con todos estos grupos y leyendo todos sus libros y manifiestos, encuentra que tienen en común una fuerte tensión moral, una idea guía, una doctrina, un propósito de cambio social, una organización definida y un plano de acción en el tiempo, y que en cierto modo recogen la parte más inquieta y vivaz de la sociedad.

Y al final del gran viaje Jesús se encuentra solo, en la playa junto al mar. Gaviotas en el cielo. Dan vueltas y gritan. Dibuja con el dedo sobre la arena húmeda figuras de gaviotas en vuelo, que las olas del mar borran una y otra vez. Jesús imita el grito de las gaviotas. Trepa una gran roca delante del mar. Escucha el silencio del viento y el rumor de las olas, contempla el movimiento incesante de la extensión infinita; pero su mente está todavía viajando por el mundo, revisitando las miles de experiencias vistas y sacando conclusiones.

Sí, es preciso involucrar a los hombres en un gran proyecto, pero nuevo, distinto de los que he conocido, que no me satisfacen. Si hubiera encontrado uno plenamente convincente, habría entrado a formar parte de él; pero todos me parecen insuficientes y reductivos. ¿Qué les falta a los grupos que visité? ¿Cuáles son las limitaciones que les impiden expandirse, que no les permiten llegar a ser el mundo, una nueva civilización integral? ¿Por qué en su estado naciente son entusiastas y llenos de fervor místico, y con el pasar del tiempo y a medida que crecen, se tornan rígidos y cristalizan, pierden las motivaciones, tienden a institucionalizarse y a burocratizarse?

Ninguno de estos grupos es universal. Algunos responden a las necesidades de un grupo único o de una categoría social particular, otros están cementados por una ideología restringida, otros se limitan a un solo tipo de actividad, sólo económica, o sólo política, o sólo cultural, o sólo religiosa. Convencidos de tener en sí, en el bolsillo, el modelo de organización general que responde a todos los problemas y que enfrenta todas las circunstancias, pierden de vista la extraordinaria y magnífica diversidad de los hombres y de las sociedades y de las culturas y de la historia y de la vida.

Ninguno de estos grupos es autónomo. Algunos dependen económicamente de sus financiadores y sostenedores, o no logran producir por sí mismos los medios de sustentación y desarrollo. Otros experimentan una dependencia política de grandes organizaciones internacionales, de partidos, y son instrumentalizados para otros fines sin que se den cuenta. Otros tienen una dependencia ideológica, y permanecen atados a concepciones del mundo totalitarias o al pensamiento de un líder carismático. Otros aún mantienen una dependencia cultural, intelectual y moral, carentes de una elaboración superior propia.

Para ser autónomos se debe tener una teoría, una concepción del mundo y de la vida inaccesible a los adversarios, que permita criticar y subsumir las teorías y concepciones dadas y no ser criticados y absorbidos por ellas. Es necesario alcanzar un punto de vista eminente, que implica haber superado las más altas cimas alcanzadas por la civilización que se quiere superar, en el campo del pensamiento filosófico, científico, moral. Y no basta siquiera con alcanzar una vez por todas esta meta, porque los otros continúan subiendo, reaccionando, así que es preciso mantener la superioridad continuando el ascenso, desarrollando el propio pensamiento, y no defendiendo posiciones adquiridas que se rigidizan, no encerrándose en el propio castillo y vertiendo aceite hirviendo y tirando piedras sobre aquellos que lo asedian y asaltan.

Y además, y siempre, todos estos grupos exigen sacrificios a los participantes, y obediencia, y disciplina. Exigen de las personas que adhieran al modo de pensar, de sentir y de comportarse requerido por el modelo de vida social preconcebido, impidiéndoles pensar con la propia cabeza y caminar con los propios pies, buscar independientemente la verdad, gozar de los sanos placeres de la vida, expresar libremente los propios sentimientos y emociones. Y allí donde deberían nacer árboles lozanos, cada uno con su singular forma y potencia, configurándose un bosque multiforme y variado, resultan jardines italianos en que estas diversas plantas, mediante una poda monstruosa, son reducidas a volúmenes geométricos absolutos, aquí esferas, allí pirámides, más allá cubos y cilindros. Como dice Shakespeare, hay más cosas en el cielo y en la tierra que cuantas contienen sus filosofías. Y, pues, muchos de estos intentos de enriquecer el mundo lo empobrecen y mutilan.

Y, en fin, estos grupos carecen de realismo, en cuanto no han sido pensados para los hombres tal como son, sino como debieran ser. Se les supone generosos, heroicos, puros, coherentes, todos igualmente razonables y morales; y desde el momento en que se sospecha que no es así, se les somete a reglamentos rigurosos, minuciosos. Pero cuando muchos no responden a esos abstractos requisitos y los trasgreden, se desvían o simplemente omiten alguna regla, son reprobados, corregidos, castigados, criticados, obligados a la autocrítica, y si no se conforman son expulsados o inducidos a abandonar el grupo. Y tantas otras personas que hubieran querido participar atraídas por la fascinación y por los objetivos del movimiento, permanecen en el umbral, considerándose no aptos, impreparados, y el movimiento se reduce a una isla habitada por pocos presuntuosos que consideran que cumplen los requisitos, y se constituyen como jueces de todos los otros, a los que someten a una denuncia despiadada. Se creen los elegidos y se proclaman modelos, vanguardias, salvadores del mundo.

Con estos pensamientos aún en la mente Jesús se levanta, se quita la ropa, entra al mar y nada y salta y grita y juega con las olas.


*


Reencontramos a Jesús en su casa junto a Juan el profeta, sentados a la mesa. Sobre ésta hay pan, queso, aceitunas, agua y vino. Los familiares duermen en las otras piezas. La noche está tranquila y sin viento. Jesús dirige la mirada a los queridos rincones del comedor, a los objetos colgados de las paredes y dispuestos sobre los muebles, cada uno cargado de recuerdos. Piensa que no volverá a verlos.

Jesús come, bebe y ofrece; Juan sólo acepta agua y algún trozo de pan. Discuten animadamente.

- Pero ¿cuándo te decides a actuar, Jesús? ¡Mira que no queda mucho tiempo! El mundo se cae a pedazos, la catástrofe es inminente, es urgente entablar batalla, actuar con fuerza y decisión.

Jesús: - De acuerdo, Juan; pero antes hay que reflexionar sobre lo que se debe hacer, sobre como enfrentar la situación. Es necesario tener las ideas claras, las propuestas que plantear, una estrategia coherente que llevar adelante a través de un proceso de larga duración.

Juan: - ¿Proyecto? ¿Estrategia? ¡Nosotros sabemos lo que quiere Dios, y debemos gritarlo, en voz tan alta que todos lo escuchen! Es preciso denunciar la corrupción, las injusticias, la soberbia de los poderosos y la desgracia y las debilidades del pueblo.

Jesús: - Pero eso ¿a qué lleva, a donde conduce? Si el sistema cae antes de que estén elaboradas las bases del nuevo, los sufrimientos del pueblo aumentarán. Debemos tener una propuesta y debemos saber como se pueda desarrollar.

Juan: - La propuesta es simple; hay que cambiarlo todo, y lo que hay que hacer es claro; arrepentirse y convertirse, llegar a ser hombres nuevos.

Jesús: - Pero Juan, el hombre nuevo no nace de la nada. Es preciso hacer una propuesta a las personas tales como son, no como debieran ser.

Juan: - No, a los hombres hay que transformarlos.

Jesús: - Cierto; pero tú, cuando exprimes la uva, no bebes en seguida el mosto, se requiere tiempo y trabajo para transformarlo en vino.

Juan: - ¿¡Y quién bebe vino!?

Jesús: - Considera entonces un arbolito de olivo. Preparas la tierra, excavas el hoyo, le pones un poco de estiércol, lo plantas, lo sostienes con una caña, lo riegas, lo cultivas, lo podas, lo libras de las enfermedades, y él crece en el tiempo que requiere, y en fin produce frutos y aceitunas y podemos comerlas en santa alegría. A propósito, sírvete una.

Juan: - Está bien...

Jesús: - Y los hombres son más complejos que los olivos, y está el que debe ser podado y el que no, el que tiene necesidad de cuidados continuos y el que no necesita casi nada, el que se seca pronto porque tiene raíces superficiales y el que resiste mucho tiempo a la falta de agua, el que hace flores y el que hace frutos, el que regala sombra en verano y deja filtrar el sol en invierno, y el que te cubre el cielo todo el año. En resumen, a cada persona hay que decirle la palabra adecuada y darle a cada uno lo suyo, no predicar a todos, repetidamente, las mismas cosas.

Juan, levantándose y paseando, un poco molesto:

- Pero así no cambias el mundo, y te quedas en el macetero, en el pequeño huerto, porque las palabras y el trabajo llegan a muy pocos.

Jesús, siempre sentado y siguiéndolo con la mirada:

- Las acciones pequeñas, moleculares, y aquellas grandes, impactantes, deben insertarse en un gran proyecto, que precisamente es necesario desarrollar en el tiempo. Es en el proyecto que las pequeñas como las grandes acciones adquieren sentido y orientación, y llegan a formar parte de la transformación del mundo, de la construcción de la nueva civilización.

Juan: - Cuando el mundo viejo se derrumbe bajo el peso de sus pecados, el nuevo surgirá espontáneamente. Cuando tu quitas la mala hierba de un campo las hierbas buenas nacen lozanas. Ya el hacha está pronta a golpear y cortar los árboles inútiles.

Jesús: - Las semillas no caen del cielo, las debes haber plantado, con un cierto orden, conforme a un plan de trabajo, y debes acompañarlas en su desarrollo. Y además, el trigo y la cizaña crecen juntos, y Dios hace caer la lluvia sobre ambos. También las malas malezas son útiles porque atraen a los insectos que controlan las enfermedades de las plantas productivas.

Juan se detiene, bebe un poco de agua y dando un golpecito en la espalda a Jesús le dice:

- Todos estos viajes que has hecho y todos esos libros que has leído te han puesto extrañas ideas en la cabeza.

Jesús sonríe, mientras Juan continúa hablando:

- Está bien, conversemos, como dices tú, del proyecto. En síntesis, para mí las cosas están así. El Reino de Dios es el proyecto. Y el Reino de Dios es un gran diseño de su sabiduría, que predispone todos los elementos de la creación según su orden natural, racional. Concebido en la mente de Dios todo entero y de una vez por todas, como un modelo de sociedad perfecta, es aplicado a la realidad, que se reorganiza de modo que ella le corresponda en cada aspecto.

- ¿Y dónde termina la libertad de los individuos? ¿La iniciativa personal? ¿La creatividad de los grupos y de las comunidades? Para estructurar toda la sociedad humana conforme a un plano preestablecido, habría que excluir a los que no apoyen el plano, a los que no estén de acuerdo, o someterlos por la fuerza.

Juan: - No es esto lo que yo digo, La libertad es la conciencia de la necesidad. El individuo conciente y de buena fe hace suyo el plano que establece el orden justo. Los que se oponen lo hacen para defender sus propios privilegios, o porque no han comprendido las razones y los objetivos superiores.

Juan ha terminado de decir lo que piensa y se sienta con la actitud del que se dispone a escuchar.

Jesús se levanta, apoya la espalda al muro delante de Juan, y como pensando en voz alta le explica su idea de proyecto:

- El proyecto debe desplegar una identidad, como desarrollo de lo que se es para llegar a ser lo que se quiere. Es la realización de lo que está en potencia, virtualmente. Parte del reconocimiento de las necesidades y de los problemas y de los sentimientos e ideas, y se despliega como construcción de una voluntad colectiva que sintetiza las diversas voluntades individuales. Es un proceso constituyente de una vida nueva, personal y comunitaria.

El proyecto incluye tantas y tantas actividades, conversaciones, iniciativas, experiencias, eventos, organizaciones, incluye, en síntesis, un vasto conjunto de acciones que se conectan unas con las otras. Se desarrolla en un contexto que lo dificulta, pero que se quiere involucrar, transformar y perfeccionar. Se cumple en distintos niveles, desde el individuo hasta el mundo, pasando por la familia, la comunidad y la sociedad política.

El proyecto es el germen y el inicio de una nueva civilización. El proyecto ha de estar fundado en el pensamiento, debe tener raíces en la historia, y hay que elaborarlo participativamente. No está nunca terminado, no es rígido, hay que adecuarlo constantemente a la cambiante realidad del mundo. Se amplía y se enriquece en la medida que se realiza y que en él participan nuevos actores. No puede prescindir de las formas y niveles de conciencia, de voluntad y de emoción de quienes lo llevan a cabo. No es elaborado por algunos para que otros lo cumplan, sino que los mismos que lo elaboran son sus realizadores. El proyecto es realista cuando cada participante comprende cuál es su puesto en él.

El proyecto parte de la realidad, de las condiciones reales y actuales, críticamente reconocidas y teóricamente elaboradas. Las iniciativas surgidas del deseo de realizar lo que está como embrión en la realidad, se manifiestan constantemente limitadas, e impulsan el pensamiento a enriquecerse, corregirse, superarse...

Jesús se detiene porque ve a Juan exhausto, a punto de dormirse. Juan se recompone. Respira profundamente, toma otra aceituna y moviéndola entre los dedos dice:

- Había visto bien, Jesús. Aunque eres más joven reconozco que eres más grande y profundo. Hay una novedad en las cosas que dices que no alcanzo a comprender hasta el fondo. Además yo soy más rígido, será también la edad..., y en fin, soy sólo un profeta. Estás convencido de lo que dices y debes hacerlo. Yo continuaré haciendo lo que sé hacer, y a todos los que se me acerquen y que vea dispuestos, te los enviaré. Como dices tú, Dios nos asistirá a ambos.

Se come la aceituna, se levanta, se acerca a Jesús, lo abraza conmovido, y parte hacia el río, al margen del desierto.
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LA COMUNIDAD - (Capítulo 4)
Algunos días después Jesús recoge castañas en un canasto al borde de un pequeño bosque cercano a su casa. Siente pasos que se acercan, se da vuelta y ve acercarse dos hombres:
- ¿Qué buscan, amigos?

El más joven, estremeciéndose:

- Somos discípulos de Juan el profeta. Nos dijo que viniéramos a encontrarte, porque eres el Maestro.

Jesús, sonriendo:

- No me llames maestro. Sólo Dios es maestro.

Los dos se miran. Sus palabras han hecho desaparecer la actitud de sumisión y los hacen sentirse más libres.

El más viejo, amistosamente:

- ¿Dónde vives?

Jesús, invitándolos:

- Vengan y lo verán.

“Fueron, pues, vieron donde vivía y se quedaron con él ese día. Eran las cuatro de la tarde”.

Al día siguiente, al despuntar el alba, los tres salen de la casa. Jesús alza los ojos, hace un gesto de saludo y complicidad hacia lo alto diciendo “¡Cuídanos¡”, y con paso tranquilo y decidido parte con los dos primeros amigos a la transformación del mundo, pensando:

Sí, la primera cosa, y la más importante, es reconocer a los amigos, los que serán los compañeros de la aventura, y hacerse reconocer por ellos, y fundar una comunidad.

Andrés – éste era el nombre del más joven, que significa hombre – va a llamar a Simón, su hermano mayor, y lo invita a unirse al grupo. Lo lleva donde Jesús, que lo mira y le dice:

- Tú te llamarás Pedro, que quiere decir piedra.

Al día siguiente encuentran en el camino a Felipe, un hombre de ojos buenos, y Jesús amistosamente le dice:

- Sígueme.

Continúan caminando por un camino de campo que bordea un campo de trigo verde. Felipe recoge alegremente algunas espigas y las ofrece a los otros. Comen los granos todavía tiernos caminando, cuando Felipe reconoce a un amigo suyo, Nataniel, que lee un libro bajo una higuera. Se acerca y le dice, señalando a Jesús:

- Este es aquél del cual escribió Moisés en la ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, el hijo de José, de Nazaret.

Nataniel, escéptico, mientras se acerca a Jesús:

- ¿Puede venir algo bueno de Nazaret?

Felipe: - Ven y lo verás.

Jesús, que escuchó la franca pregunta de Nataniel y que nota su mirada directa, dice a los demás:

- He aquí un hombre que dice lo que piensa, en el cual no hay doblez.

Y Jesús, viajando con sus compañeros encuentra y reconoce y es reconocido por personas diversas, jóvenes y viejos, pobres y ricos, de inteligencia aguda y de gran corazón, mujeres de su casa y mujeres de la calle, trabajadores y funcionarios públicos, pescadores y artesanos, personas tranquilas y luchadores militantes, cultos y simples. Todos, hombres y mujeres, dejan la familia, el puesto de trabajo y la actividad que desarrollan, y llevan lo que pueden y que puede servir en la vida comunitaria.

Pero no todos los que encuentran, que invitan, que se acercan con la intención de participar en el grupo, formarán parte de él.

Una noche, después de haber terminado de comer a la interperie y estando sentados gozando del fresco, se acerca a ellos un intelectual que se pone a escuchar a Jesús que está leyendo un texto a sus amigos:

“la Fama, de la cual no hay peste que sea más rápida,
tiene los pies veloces y las alas movidísimas,
tiene tantas plumas en el cuerpo, tantos ojos,
tantas lenguas: tantas bocas repiten, tantas orejas se enderezan.
De noche vuela entre el cielo y la tierra en la sombra,
chillando, no cierra los párpados al dulce sueño;
de día vigilante se sienta sobre un techo
o en la cima de las torres, turbando grandes ciudades:
Tenaz en narrar mentiras malignas, tanto como verdades,
llena de muchos discursos a la gente, exultando,
y canta igualmente lo cierto y lo incierto...”

(Virgilio, Eneida)

Jesús analiza largamente el texto mostrando su belleza y esclareciendo su significado a los amigos. El joven intelectual, subyugado por lo agudo del análisis, de repente se levanta y con voz rota por la emoción se dirige a Jesús:

- ¡Maestro, te seguiré dondequiera que vayas!

Se crea un silencio. Jesús lo mira:

- No quiero que me consideren maestro.

- Eso me gusta, yo soy un crítico de los que pontifican y creen poseer la verdad. Precisamente por esto quiero todavía más seguirte.

- No busco discípulos que sigan pasivamente mis pasos.

- ¡Justo! Yo te imitaré, seré como tú, y ¿sabes? Puedo escribir, y difundir tus palabras, y analizarlas, y hacerles comentarios filológicamente cuidadosos, y vulgarizarlas para el pueblo y también darles forma académica para los científicos. Te haré alcanzar un lugar de honor en los libros, y yo me contentaré con ser tu fiel intérprete. A mi me basta un puesto en las bibliotecas y un rol de profesor.

- Muchacho, los zorros tienen sus cuevas, y los pájaros sus nidos; pero el hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza. Soy como el castor que borra con la cola sus huellas, o como la liebre que avanza en zig-zag y vuelve sobre sus pasos de manera que los que la siguen pierdan las huellas.

- ¿El hijo del hombre? ¿No es un concepto acuñado por Daniel?

Otro día Jesús se encuentra en la plaza de un pueblo y recorre el mercado. Lo acompaña un grupito de jóvenes y mujeres, con los cuales se informa de los precios y escoge con alegría los frutos mejores, y conversa con los vendedores.

El dueño de un negocio, mientras con un ojo vigila la mercadería para que no se la roben los que pasan y a los trabajadores para que estén siempre ocupados, con el otro sigue los movimientos relajados y serenos de Jesús y su grupo. Y precisamente cuando Jesús se detiene delante de su negocio, se da cuenta de que un niño se mueve furtivamente echando el ojo a la manzana más hermosa. El negociante toma una varilla para darle un golpe en la mano, pero Jesús se le adelanta, toma la manzana, se la da al muchacho y entrega una moneda al hombre de negocios, sonriendo a ambos. Por un segundo el hombre de negocios imagina que abandona su vida ansiosa y triste, y le dice:

- Maestro, te seguiré. No puedo más con este trabajo. Los productores que te venden frutas dañadas, el gobierno que te estruja con los impuestos, los empleados que trabajan poco y te roban más que los clientes, las cuentas que no cuadran nunca.

Jesús alza los ojos como recordando, da un paso atrás, y con gesto teatral y mirada sonriente recita:

“Qué reposada vida
la del que huye
del mundanal ruido
y sigue la escondida senda
por donde han ido
los pocos sabios
que en el mundo han sido.”
(Jorge Manriquez)

El hombre de negocios, sin captar la ironía de Jesús:

- Sí, sí, ¡bravo! Te seguiré, sí, dame el tiempo para organizar mis asuntos, ordenar mis cuentas y (le muestra una caja de fondos) poner todo al resguardo. Además, algo aquí he aprendido, y te ofrezco a cambio mis competencias para ayudarte a administrar las cuentas de tu grupo, que no serán seguramente muy simples.

Jesús cambia de tono, se pone de improviso distante y frío, y le dice:

- Deja que los muertos entierren a sus muertos.

El hombre de negocios, resentido, aleja la mirada de Jesús, ordena el cajón de manzanas y en voz alta ofrece a los que pasan las “frescas y sanas” mercaderías de su negocio.


*


La comunidad se va constituyendo con hombres y mujeres que se reconocen en su libertad de espíritu y en la disposición a vivir de modo diferente a como han vivido, y en el hecho de no aceptar sumisiones y de amar las relaciones amistosas. Se miran a los ojos y se reconocen como personas que no siguen los caminos trillados, sino que buscan recorridos desconocidos. Para ellos el viaje no es ya, como para Ulises y los griegos, para Enea y los troyanos, para los hebreos de la diáspora, una maldición o una fuga, sino una bendición, un modo de vida libremente escogido.

Las razones por las que dejan lo que tienen son diversas; está el que lo hace porque no soporta las reglas y costumbres imperantes, y quien lo hace porque sueña una utopía. Se reconocen porque son diversos, orientados en una misma dirección. Se sienten los primeros habitantes de un reino nuevo, de una ciudad nueva, de una civilización nueva. Todos se sienten atraídos por la figura de Jesús, de este hombre que no pide nada y que ofrece todo lo que tiene y que sabe.

De un modo u otro, el grupo crece hasta alcanzar un tamaño notable, unos setenta compañeros que viven juntos, viajan juntos, cada uno trabajando y haciendo lo que sabe y lo que sirve, y todos compartiendo los bienes que han llevado consigo y los que se procuran con su propio trabajo, lo que hay para comer y para beber, el techo donde cobijarse, y preocupándose los unos de los otros.

Es una comunidad activa y floreciente, al interior de la cual se dan serenamente quehacer: los pescadores consiguen el pescado, lo secan y lo cambian y venden el excedente; quien sabe de crianza lleva los animales al pasto, los ordeña, y obtiene leche y queso y carne; quien sabe recolectar encuentra colmenas, fruta, escoge hierbas comestibles; y está el que produce canastos y teje telas, el que cocina y que lava, el que lleva el agua y el que elabora tiestos, en suma una comunidad autosuficiente que se contenta con poco porque lo tiene todo. Y Jesús enseña, cuenta sus viajes, lee libros, inventa parábolas, educando día y noche, a jóvenes y ancianos, a mujeres y hombres, para una vida libre de jerarquías y de prejuicios, plena de paz y de alegría y de conocimientos, y sobre todo de amor, amor a Dios, a la naturaleza, al mundo, a los otros, a sí mismos.

Hasta que un día, al alba, cuando todavía todos duermen, Jesús se aleja, se sube a una gran higuera y comiendo algunos frutos, mejores antes de que salga el sol, reflexiona sobre lo que ha hecho, sobre la situación de la comunidad, y sobre lo que ha de hacerse en el tiempo que viene.

La comunidad está bien. Ha llegado al tamaño que podía alcanzar, y no puede continuar creciendo sin que pierda el espíritu de amistad, la espontaneidad, el conocimiento de unos con otros. Pero no se trata de complacerse en el pequeño huerto, de cultivar una pequeña comunidad cerrada y aislada. Me vuelve a la mente la imagen de Juan y de aquella noche. Transformar el mundo, construir el Reino de Dios, éste es el punto.

Ha llegado pues el momento de insertar esta comunidad en un proceso de largo aliento, en el gran proyecto, y hacerla actuar en las aldeas, en las ciudades, en el mundo.

Pero estas personas no son todavía suficientemente fuertes, autónomas, tienen aún una baja autoestima, no han alcanzado el pleno desarrollo de sus propias posibilidades. Es preciso llevarlos a confrontarse con otros, aprendiendo a escucharlos y a comprenderlos y a valorarlos y a actuar con ellos, de modo que en esta relación crezcan juntos y lleguen a ser habitantes del mundo nuevo. Deberé instruirlos más profundamente, y profundizar con ellos el proyecto, la estrategia y la pedagogía.

Jesús baja de la higuera, saca del bolsillo una cortaplumas que lleva siempre consigo, corta de las ramas del árbol, con un corte seco y oblicuo en la base del pedúnculo, las hojas más hermosas y resistentes y las entreteje con rapidez y destreza, en forma de un espiral cocido por los pedúnculos preparados, hasta componer un gran canasto, elástico y firme. Lo observa, satisfecho, y lo llena de higos maduros, disponiendo cuidadosamente al fondo los más firmes y encima los más blandos, y lo lleva al campamento.

A medida que se despiertan, los amigos se acercan y se sientan junto a él, disponiéndose en círculo alrededor del canasto repleto. Cuando se ha ya juntado la mayoría, Jesús pela un higo y ofreciéndolo a un niño e invitando a todos a servirse, comienza a hablar.

- Amigos, ¿qué dicen si de ahora en adelante todas las mañanas, temprano, nos reunimos así, en asamblea, para reflexionar y discutir y decidir qué hacer?

Una mujer, Marta:

- Es una buena idea, Jesús. Debemos organizar mejor los trabajos de cada día, para hacer todo de la manera más eficiente.

Todos consienten de buena gana.

Llegan de carrera Juan y Santiago, y tomando puesto lanzan rápidas miradas a todos, esforzándose en comprender lo que está sucediendo.

Jesús, sonriendo, los apostrofa:

- ¿Qué piensan ustedes? ¿Debemos continuar creciendo, acogiendo a otros en la comunidad, o somos ya suficientes? ¿Y nos limitaremos a organizarnos cada vez mejor en nuestro interior, o entraremos en contacto con otros, y cómo?

Juan y Santiago abren los ojos embarazados, sin saber qué decir.

Jesús toma dos higos del canasto y los lanza a los dos, que los agarran al vuelo.

Todos ríen. También Juan y Santiago ríen.

Vuelve a tomar la palabra Marta:

- ¡Estamos tan bien como estamos! Si continuamos creciendo, ¿cómo haremos para preparar de comer para tantos, y para encontrar el lugar para acampar? Somos ya una gran familia, vivimos bien, apartados del resto del mundo, en un feliz aislamiento.

Otro, Judas, objeta:

- Al contrario, debemos continuar creciendo, hasta llegar a ser una gran masa organizada; si no, ¿qué Reino construiremos? Pero debemos saberlo hacer, porque antes o después los poderosos que nos observan sospecharán de nosotros y tratarán de destruirnos. No tenemos todavía una organización de defensa. Jesús, ¿no crees que debemos ya comenzar a crearla, para proteger a nuestras mujeres y a nuestros bienes?

María, hermana de Marta, preocupada por las palabras y la mirada ardiente de Judas:

- Si crecemos y nos organizamos fuertemente perderemos este espíritu comunitario, estas relaciones de amistad, esta libertad que tenemos entre nosotros. ¿No has entendido, Judas, por qué Jesús rechazó a ese intelectual que quería difundir y explicarle a todos lo que hacemos, y a aquél comerciante que se ofreció para administrar nuestra vida comunitaria?

Judas: -¡Ya! A propósito, Jesús, no me gustó como alejaste a esos dos que nos habrían sido muy útiles. Pero ¿cómo? ¡Estaban dispuestos a dejarlo todo y a servirte, poniendo a nuestra disposición sus capacidades profesionales!

Simón el pescador:

- A mí ese intelectual no me gustaba. ¡Creen saberlo todo, los intelectuales! Y además, para mí, ¡cualquier cosa que haga y que diga Jesús es justa!

Jesús: - Tienen razón un poco todos, menos tú, Simón, que no has entendido nada.

Dirigiendo la palabra a Marta:

- No podemos permanecer como una isla feliz en un mundo infeliz, porque la tristeza de los otros haría mezquina y falsa nuestra alegría. ¿Acaso se enciende una lámpara para ponerla en un sitio oculto, en un rincón escondido, o debajo de la cama? ¿No es para ponerla en el candelabro, para que los demás vean el resplandor? No hay nada de oculto en lo que hacemos, que no deba hacerse manifiesto. No se puede ocultar una ciudad situada en la cumbre de una montaña. Nosotros somos la sal de la tierra, y debemos dar sabor a la vida humana. Somos una luz para el mundo. ¿Han observado la oscuridad profunda de un bosque en la noche, que lo hace temible y confuso, y cómo después los rayos del primer sol recortan y construyen las formas de los árboles, de los arbustos, de las flores, de los animales, esculpiéndolos con la luz y con las sombras?

Judas, interrumpiéndolo:

- ¡Eso! ¡Nuestra obra debe ser conocida por todos!

Jesús, dirigiéndose a Judas:

- Verdad, pero el Reino de Dios no es como un ejército que conquista y somete a los pueblos. ¿A qué se parece el Reino de Dios? Es como un grano de mostaza, que es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra.

Dirigiéndose a Pedro, que tiene los ojos apuntando a tierra, mortificado por las palabras secas que Jesús le dijo poco antes:

- Escucha Pedro, reconozco que tus palabras estaban inspiradas en la confianza que me tienes, y que te nacen del corazón. Si te reproché es porque te olvidas que cada uno de nosotros debe siempre pensar con la propia cabeza, que la búsqueda independiente de la verdad, y la reflexión autónoma para tomar decisiones, son características de los habitantes del Reino de Dios. Tu eres un pescador que, los pescados que coges, te los comes. Pero hay peces que no son comidos cuando se les captura. ¿Cómo te explico? Con una parábola.

La búsqueda de la verdad es semejante a la experiencia de aquél pescador que sabiendo de un pez grande y astuto que se esconde en la zona más profunda del lago, y que muchos han tratado de capturar sin éxito, va solo con su barca, tira la lienza, y cuando finalmente, después de una larga espera, el pez pica el anzuelo, emprende con él una lucha paciente, hasta que logra traerlo a su barca. Lo toma en sus manos por un momento, deslumbrado por su belleza, y con la alegría de haberlo visto, de haberlo vencido, y no queriéndolo muerto, lo libera del anzuelo y lo restituye a su vida en el lago, permitiendo que también otros prueban a pescarlo.

Pedro se queda pensativo, tratando de comprender hasta el fondo la narración de Jesús, que se dirige ahora a María:

- Es verdad lo que dijiste; si crecemos mucho sería necesaria una organización complicada e impersonal, o convertirnos en una institución con jerarquías, reglas y leyes, y con roles determinados para cada uno, y formada por pocos escogidos para mandar y muchos dispuestos a obedecer. Entonces sí, adiós amistad, adiós libertad, adiós igualdad. Pero, el amor y la libertad deben ser universales...

Juan, impetuoso, lo interrumpe:

- Pero ¿Entonces? ¡Esta es una contradicción! No podemos expandir nuestra comunidad, y sin embargo debemos hacer que todos participen en nuestra hermandad...

Jesús reflexiona largamente, invitando a todos a reflexionar. Después dice, como pensando en voz alta:

- En uno de mis viajes conocí un árbol, chirimoya lo llaman, que solamente en rarísimas ocasiones produce un fruto por sí mismo –en verdad exquisito, amigos míos -, a menos que el cultivador experto no le conozca el secreto. El problema consiste en el hecho que los pétalos de sus flores están dispuestos de manera tal que impiden a los insectos fecundarlos. Es necesario, pues, que el cultivador, en el momento justo, recoja algunas flores, las ponga en un paño húmedo en el cual se abren dejando caer el polen. A la mañana siguiente el cultivador recoge el polen, y con una mano separa los pétalos de las flores del árbol y utilizando un pequeño pincel las poliniza, una a una. Así el árbol se repleta de frutos. Cada uno de estos frutos, a su vez, parece un fruto solo, pero en realidad está compuesto de muchos frutos unidos uno a otro. Sólo cuando la fecundación ha sido bien hecha la chirimoya adquiere su forma plena y perfecta.

Interviene Judas:

- ¡Es difícil ese cultivo!

Jesús: - Cierto, y nuestra obra requiere tanto o más conocimiento, pericia, paciencia y trabajo.

Juan: - Creo entender, pero explícanos mejor qué relación hay entre el trabajo del cultivador y la cuestión que nos hemos planteado.

Jesús: - Mira, las flores cerradas son las cabezas duras y los corazones endurecidos, que no producen por sí mismos fruto. Es preciso abrirlos en el momento justo, y fecundarlos de la manera justa, uno a uno. Somos nosotros los cultivadores, cultivadores de hombres, los cuales no son todos iguales como las flores de la chirimoya, sino diferentes uno de otro, cada uno con sus propias experiencias, ideas, motivaciones, sentimientos. El polen recogido por nosotros debemos llevarlo a todos. Cada uno de los así fecundados sabrá dar su propio fruto, y entre muchos constituir una comunidad, cada una en su lugar, cada una compuesta de muchos frutos reunidos en uno, como la chirimoya.

Y fue así que tomaron la decisión de completar su formación individual. Se reunían cada día, planteaban a Jesús miles de preguntas, y Jesús guiaba atenta y fraternalmente el crecimiento intelectual y moral, les fortificaba el espíritu, los habituaba al razonamiento y al diálogo.

Y cuando en fin evalúa que no es suficiente la pura formación teórica, decide hacerles tener experiencias prácticas. Y así los envía. De a dos en dos, en diversas direcciones, a cumplir aquél trabajo de polinización descrito con la parábola de la chirimoya.

Los amigos van y a todos los que encuentran les cuentan su experiencia de vida en comunidad y hablan de la figura de Jesús. Viven tantas y tantas aventuras, algunas con éxito y otras fallidas, que volviendo a la comunidad cuentan, y se convierten en materia de nuevos análisis y reflexiones.
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El resultado de todo este trabajo es un movimiento de masas que desean conocer directamente a Jesús, escuchar su palabra, comprobar directamente las obras que sus amigos difunden con entusiasmo, hacerse sanar, tocarlo. Llegan familias y grupos y caravanas de diferentes lugares, y se acampan cerca del campamento de los compañeros de Jesús, en los alrededores de una ciudad.

Frente a este asedio, la primera reacción de Jesús es la de huir, alejarse, y se esconde en la ciudad, situada entre la montaña y el mar. Vagando de noche por sus calles piensa intensamente.

¡La multitud! No me gusta la multitud, una masa de personas anónimas, que actúa instintivamente, sin pensamiento crítico, a merced del que grita más fuerte y del que gesticula de manera más teatral, que es arrastrada por los demagogos, un magma que se inflama con cualquier consigna y se disuelve a la primera dificultad, y que es capaz de las acciones más atroces. Una aglomeración en la que los individuos pierden su identidad y se convierten en hombre masa. Y esta masa ahora está detrás de mí, persiguiéndome como a un divo, un mago, un salvador.

Y sin embargo, esta gente ha venido a encontrarme, a escucharme, están desorientados, tienen necesidad de ayuda, de consuelo, dirección, y esperan encontrarlo en mi, que sea yo que les indique el camino. Por otro lado, soy yo que los he atraído, mis amigos fueron a encontrarlos en las casas, en las plazas, hablándoles de lo que estamos haciendo, y han venido a conocer nuestra experiencia. No puedo esconderme, debo ofrecer también a ellos el mensaje de Dios. Pero ¿cómo hacerlo? ¿Cómo hablar a una masa en la que no distingo los rostros, y en la cual se amontonan niños, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, enfermos y sanos, presuntuosos y humildes, curiosos e interesados?

La palabra. La palabra pura y simple, no inflada y modulada artificiosamente como hacen los actores, sino dicha de la manera en que los verdaderos poetas recitan sus poesías, haciendo que sean las palabras mismas las que expresen su significado y no la inflexión de la voz ni el espectáculo de los gestos. Una palabra que los lleve a pensar, no a la acción inmediata. Pero, palabras que dejen su huella en la conciencia, en la memoria, en el corazón. Palabras que terminadas de decirse no susciten el aplauso de las manos ni el tamborear de los pies, sino que resuenen adentro y a largo en cada uno de ellos, después, cuando silenciosos vuelvan a sus casas y retomen sus vidas. El anuncio del Reino de Dios no ha de ser gritado como un manifiesto político sino pronunciado como un poema, un canto de palabras.

Sí ¿pero dónde? ¿En una plaza? ¿Subiré sobre una tarima y hablaré desde arriba hacia abajo, delante de una multitud amontonada y hormigueante? No, la ciudad no favorece la atención, es una maquinaria para distraer, para traficar. Debo encontrar un lugar natural lejano del ajetreo habitual, bajo el cielo de los pastores y de los navegantes, donde se pueda oír en silencio. Sobre la montaña, frente al mar.

Hablaré. Diré lo que pienso. Sí, y haciendo pensar a cada uno con su propia cabeza, la masa informe se descompondrá y se convertirá en un concierto de personas individuales. ¡Esperemos! Pero, ¿qué harán entonces? ¿Volverán a sus casas con el sol de mis palabras en la memoria? No basta. Es preciso hacerles tener una experiencia comunitaria fuerte, es preciso que estas personas – disuelta la masa – retengan en la memoria la posibilidad de nuevos tipos de relaciones sociales, la experiencia de organizarse comunitariamente para resolver los problemas prácticos de la vida. Pensaré en ello mañana, estoy cansado.

A la mañana siguiente Jesús vuelve a juntarse con sus amigos que habían acampado al margen de la ciudad, y se ponen en camino hacia la montaña. La noticia se difunde como el viento y en breve tiempo el grupo es seguido por una gran multitud. Un día de camino por senderos cada vez más solitarios, hasta que llegan a los pies de la montaña. Suben por sus pendientes y Jesús finalmente encuentra un escenario apropiado para hablar a la muchedumbre, en la base de una quebrada que recuerda la forma de un anfiteatro griego.

Con un amplio gesto del brazo indica a todos que se instalen en abanico a su alrededor, en alto para que lo vean y lo escuchen bien. Luego se sienta y dirige su mirada a todos.

Ve en una lenta y articulada panorámica la compañía de los amigos que se le instalan alrededor, a Judas y Simón que van a sentarse junto a un grupo compacto de militantes, a la multitud de familias y grupos que toman sus puestos preparándose para escuchar, y entre los cuales ve a varios enfermos. Su mirada se detiene en una pequeña familia cercana: el padre tiene en el antebrazo un pajarito sin plumas que pía y abre el pico todavía tierno. El muchachito se asusta y se esconde en el regazo de la madre. Jesús sonríe, y luego, atraído por un griterío festivo, vuelve la mirada hacia un grupito de niños que juegan a la guerra. Uno de estos niños, matado en juego por los otros, está obligado a fingirse muerto. Permanece inmóvil, tendido en la tierra, pero entreabre los ojos y observa y escucha a Jesús, que comienza a hablar:

- ¿Qué cosa han venido a ver? ¿Una gran luz, que desde esta montaña ilumine al mundo?

¡Ustedes son la luz del mundo!

Pero si la luz se apaga en ustedes, ¿quién podrá volver a encenderla?

¡Ustedes son la sal de la tierra!

Pero si la sal se vuelve insípida, ¿quién le devolverá el sabor?

¿Vinieron a buscar a un curandero que los libre de sus enfermedades?

¡Ustedes son los curanderos de ustedes mismos!

¿Vinieron a presenciar milagros?

Los que yo hago, y los que hacen mis compañeros, los pueden realizar ustedes mismos, ¡y aún más grandes! Y sépase que a menudo ni mis compañeros ni yo mismo lo logramos, porque no siempre el que desea nuestra ayuda participa en la acción. Si tienen fe, grande apenas como un grano de mostaza, pueden desplazar esta montaña hacia el mar, si quieren, si todos quieren intensamente y todos participan activamente.

Desconcertada, la gente calla. Desde el fondo se alza la voz de un Doctor de la Ley:

- ¿Qué dices? ¡En cuál de los Libros Sagrados encontraste estas afirmaciones!

- Está escrito “Respeten la Ley”, pero yo les digo: si la justicia de ustedes no supera la de los Doctores de la Ley, no entrarán en el Reino de los Cielos.

Está escrito “Cumplan todos los mandamientos”, pero yo les doy un mandamiento nuevo: ámense unos a otros, como yo los amo.

Está escrito “Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo”, pero yo les digo: amen a sus enemigos y recen por sus perseguidores, porque son hijos del Padre vuestro celestial, que hace surgir el sol sobre los malos y sobre los buenos, y hace caer la lluvia sobre los justos y sobre los injustos.

Sean, pues, perfectos como perfecto es el Padre vuestro del cielo.

Dicho esto, Jesús calla.

Desde la multitud, un joven:

- Pero, no se puede ser perfectos en medio de este mundo corrupto. El único modo sería el de irse, solo, o con un pequeñísimo grupo, y dedicarse exclusivamente a una vida religiosa pura, liberada de todas las preocupaciones prácticas, desvinculada de las relaciones sociales, de la necesidad de comprar y de vender, lejos de toda tentación de fama, honor y riqueza. Si es esto lo que debo hacer, ¡yo estoy dispuesto a hacerlo!

Jesús: - La perfección no se alcanza huyendo del mundo y reduciendo la riqueza de la vida humana a una secuencia obsesiva de prácticas religiosas. La perfección consiste en hacer cada cosa empleándose con todas las propias capacidades. ¿Quieres ser cerrajero, carpintero, poeta? Entonces, observa, aprende, ensaya, vuelve a ensayar, hasta que tu arado, tu barca, tu poema alcancen la forma perfecta, para arar en profundidad y con precisión los campos, para surcar con velocidad y livianos el mar, para conmover y elevar las almas. En suma, llega a ser lo que eres potencialmente, y serás perfecto como el Padre nuestro que está en los cielos.


*


Empieza a atardecer. Todos los que han escuchado las palabras de Jesús están en silencio, sintiendo cada uno en su interior el eco de las nuevas ideas. Ninguno se mueve, cada uno está tratando de entender hasta el fondo. Después nacen los primeros diálogos entre vecinos, que se intercambian preguntas y comentarios. Los más ancianos comienzan a evidenciar sufrimiento, están cansados, tienen hambre. Los niños retoman sus juegos.

Jesús se ha sentado algo aparte y observa el desarrollo de la situación.

Un grupito de sus compañeros se le acerca.

Pedro: - ¿Qué debemos hacer con toda esta gente?

Jesús: - Examinemos juntos la situación. Siéntense. Hagamos una rápida consulta.

El grupo forma un círculo bien visible a todos. La gente, que ha continuado a observar a Jesús, se apercibe del despliegue del grupo de los compañeros y trata de comprender qué hacen y de oír lo que dicen.

Toma la palabra Susana:

- Este lugar es solitario, y es ya tarde. Despidámoslos pues, de modo que, yendo por los campos y aldeas cercanas, puedan comprarse qué comer.

Jesús: - Siento compasión por esta muchedumbre, porque hace ya tres días que me siguen y muchos tienen poco que comer. Si los mando de vuelta en ayunas a sus casas desmayarán en el camino, y algunos vienen de muy lejos.

Interviene Mateo:

- Han venido para verte y escucharte. Te han visto, les has hablado, han oído tu magnífico discurso; terminada la música, terminada la fiesta: es el momento de mandarlos a sus casas.

Jesús responde:

- Han venido porque nosotros los hemos traído hasta aquí, somos responsables, no podemos abandonarlos. No es como cuando la gente asiste a un espectáculo, al término del cual cada uno a su casa. Aquí hoy estamos compartiendo con ellos, como amigos y hermanos, una experiencia de vida. ¡Lejos de despedirlos, Susana, lejos de mandarlos a casa, Mateo, denle ustedes de comer!

Santiago: - ¿A todos ellos? Pero... – mirando a los otros – deberemos gastar todo lo que tenemos para alimentarlos sólo con pan.

Pedro: - ¿Debemos ir nosotros a comprar doscientos denarios de pan y darles de comer a ellos?

Felipe aumenta la cuota:

- Doscientos denarios de pan alcanzan apenas para que cada uno reciba un pedacito.

Jesús, a Felipe:

- La situación es ésta: es claro que no tenemos dinero suficiente; y aún si lo tuviéramos, ¿dónde podríamos comprar el pan para darles a todos? Pero debemos encontrar una solución.

“Se lo decía para probarlos, porque él sabía lo que iba a hacer.”

Los compañeros se miran y miran a su alrededor y miran hacia arriba, como esperando maná del cielo.

Jesús se levanta. Todos están pendientes de sus labios.

- ¿Cuánto pan y cuántos pescados tenemos para nosotros?

Judas y Simón van a ver, vuelven y cuentan:

- Siete panes y dos pescados.

- Bien, nos bastan, tráiganlos aquí, al centro, para que todos vean lo que hacemos habitualmente entre nosotros. Entonces, lo primero, ayudémosles a organizarse todos. Vayan y júntenlos en grupos no demasiado grandes, entre cincuenta y cien, y háganlos sentarse en círculos como nosotros. Después vuelvan aquí.

Los amigos no entienden qué cosa intenta hacer Jesús, pero después de algunos segundos de vacilación, ejecutan su orden, el primero de todos Judas seguido por el grupo de los militantes, que muestran ser los más activos.

Jesús espera que los amigos vuelvan y tomen su lugar a su alrededor. Entonces se levanta, se acerca a María Magdalena, toma el canasto vacío que ella tiene a su lado y lo pone a la vista.

Jesús, en voz alta:

- Veamos qué tenemos para comer. Pónganlo todo en el canasto.

Los compañeros ponen en la canasta lo que tienen: siete formas de pan y dos grandes pescados ahumados.

Jesús alza los ojos al cielo y extendiendo los brazos pronuncia con gran voz, cadenciando las palabras:

- Padre nuestro que estás en los cielos. Te agradecemos por este pan y por estos pescados, y por nuestra amistad que nos lleva a compartirlos en paz y alegría.

Después, toma el canasto, lo levanta mostrándolo a todos, y comienza a repartir los panes y los pescados entre todos los que forman parte de su grupo, dando a cada uno según sus necesidades, más a los más jóvenes y a las mujeres encintas, y a los ancianos el pan más blando.

Jesús, dirigiéndose finalmente a todos los otros grupos:

- ¡Hagan como nosotros!

Los grupos que han escuchado y observado cuanto han hecho Jesús y sus amigos, comienzan a hacer lo mismo: cada uno saca lo que guardaba para sí y lo pone al centro de su grupo, y cuando se ha colectado todo comen juntos con alegría.

Terminados de comer Jesús toma la palabra y dice a todos los grupos:

- Recojan todo lo que les ha sobrado, de manera que ni siquiera una brizna se pierda. Les servirá en el viaje de regreso.
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Mientras la mayoría de aquellos que han participado en esta insólita experiencia intelectual y política, que ha conmovido sus mentes con pensamientos nuevos y vivas esperanzas, recogen las cosas y se preparan para ponerse en marcha, un grupito de políticos de profesión se separa, llaman a Simón el Zelota y a Judas que van hacia ellos, y se alejan entre los arbustos, en reunión.

Jesús se da cuenta de este grupo, y al mismo tiempo del formarse de otro grupo compuesto de intelectuales de profesión, los cuales se habían confundido en la masa y ahora se reúnen bajo un gran árbol, charlando.

No pasa mucho tiempo, y he aquí que el grupo de los políticos se acerca a Jesús con rápidos pasos. Este se encuentra rodeado de muchachos con los que juega a la pelota, hecha de trapos y cuerdas, levantando una nube de polvo. Viendo llegar a los políticos Jesús se detiene, y acariciando y despeinando el cabello a los muchachos que todavía dan vueltas a su alrededor, queriendo tranquilizarlos porque prevé la confrontación que está por suceder, les dice en voz baja, como hablando consigo mismo:

- Estos que llegan seguramente no han comprendido mucho, y por lo demás, ¿cómo podrían? Son como odres viejos que no soportan el vino nuevo. El vino nuevo revienta los odres viejos, y así se arruinan el vino y los odres. El vino nuevo ha de ser puesto en odres nuevos, como ustedes muchachos.

Uno de los políticos:

- Te hemos escuchado y te hemos visto maniobrar a toda esta gente. Los has atraído a ti, los has seducido con la palabra, los has organizado. Tu sí que eres un jefe.

Interviene Judas:

- Pero, ¿por qué los mandaste de vuelta a casa con tanto apuro, felices y contentos? Los organizaste para comer; ¿no crees que es el momento de organizarlos para algo más grande? ¿Para la lucha?

Otro político:

- Hace tiempo que andamos en busca de un líder carismático. Contigo será fácil conquistar el poder.

Jesús: ¿Y para qué quieren el poder?

Un político: - Pues, para hacerles el bien.

Otro: - Para poner orden en la sociedad.

Un tercero: - Para llevar adelante un proceso de liberación de los oprimidos.

Un cuarto: - ¡Para cambiar el mundo!

Jesús: ¿Y creen que todo esto se pueda hacer teniendo el poder?

Los cuatro a la vez: - ¡Cierto! Es el único modo.

Jesús: - Pero el poder no libera, no crea orden social, no hace bien a los hombres. Tener poder consiste, en esencia, en hacer que los muchos realicen la voluntad de los pocos que lo detentan. Y esto implica, inevitablemente, establecer relaciones sociales de dominio y dependencia.

- Pero ¿qué quieres? ¡El mundo ha sido siempre así!

Y Jesús: - ¿No es que querían cambiar el mundo? ¿No querían liberar a las personas? ¿No querían un orden nuevo? Nada de esto se puede lograr dominando ustedes a los hombres. Ustedes quieren el poder para ustedes mismos, porque les gusta el poder, que les permite hablar desde las tribunas, ser entrevistados por los diarios y las televisiones, ir a los banquetes de los ricos, instalar a sus hijos, viajar por el mundo, hacerse amar por las mujeres, humillar a los adversarios, ser homenajeados en todas partes. Y para lograr esto están dispuestos a inclinarse ante quien esté más arriba, traicionar a los amigos y a los compañeros, corromper a los mejores, prometer lo que saben que no cumplirán, hacer miles de pequeños favores que luego se hacen pagar con intereses, casarse con la ideología de moda, y cuando ésta se disuelve como la nieve al sol, cambiarla por otra. Y además, cuando de este modo hayan alcanzado el poder, estarán tan amarrados, tan atados por complicidades y pactos, que no podrán cambiar nada. El poder: reducir la mayor cantidad de personas posibles a la condición de siervos de ustedes, y ustedes mismos convertirse en siervos de los verdaderos poderosos de la tierra.

El grupo de los políticos vacila, por un instante se ven reflejados con horror en la figura del poder que Jesús acaba de describir, y dan inconscientemente un paso atrás. Pero es sólo un momento. Se miran entre sí, intercambian risas mudas de suficiencia, se compactan, y con gestos despreciativos se justifican y agreden a Jesús, uno tras otro:

- ¡Somos servidores públicos!

- ¡El ejercicio del poder es una función socialmente necesaria!

- ¡La política es la más alta y noble de las actividades humanas!

- A éste sí que se le subió la cabeza! Cree ser diferente y mejor que todos.

- ¡Está loco!

- Este alma bonita, para mantenerse puro y no ensuciarse las manos no quiere comprometerse.

- Hace el amor con las nubes. Es un soñador.

- ¡Es peligroso!

- No, ¡dentro de poco se encontrará solo!

Y sin esperar respuesta se van, pecho en alto. Dos del grupo de Jesús, que formaban también parte del grupo de los políticos, deciden irse con ellos. Simón el Zelota está por seguirlos, pero es detenido por Judas.

Judas: - Espera. Quizás Jesús ha decidido no entrar en acción todavía.

Los dos se quedan.

Cuando se ha alejado el grupo de los políticos, se acerca el grupo de los intelectuales de profesión.

Uno de ellos:

- Muy bien, Jesús. Un bonito discurso el que hiciste a la multitud. Metodológicamente eficaz, en un lenguaje simple, directo, pero lleno de imágenes, de sabor, de sal, de luz, como bien dijiste.

Otro: - Y además, tocaste los temas de la agenda del día.

El primero: - Los hiciste pensar por un momento que pueden educarse, estudiar, crecer.

El segundo: - ¿Cuáles son las fuentes de estas ideas? Me recordaron la escuela estoica.

Interviene otro:

- Pero no. Yo encuentro más bien la línea oriental, el Tao, un poco de budismo, un poco de hinduismo...

Un cuarto: - Yo en cambio siento dentro la New Age, y en general los autores alternativos. Pero dicho en un lenguaje antiguo, más bien poético, lleno de metáforas.

Un último, en voz baja, al que está a su lado:

- Lo que no comprendí fue la multiplicación de los panes y los peces.

Jesús, que ha seguido en silencio las intervenciones de uno y otro, esboza una sonrisa. Después dice a todos:

- Ustedes no tienen raíces en sí mismos.

Uno: - ¡No tener raíces en sí mismo! Es potentísimo, donde encontraste este dicho?

Otro, a Jesús:

- Pero, escucha un poco, ¿no estarás criticando la búsqueda filológica de las fuentes del pensamiento?

Jesús: - Pero dejemos a un lado las cuestiones del método y de las fuentes. Sobre lo que dije, ¿qué piensan?

- A mí me gustó, amplio, articulado, profundo.

- Sobre todo me sorprende la estructura dialéctica del pensamiento. Ese “está escrito, pero yo les digo”, o sea tesis y antítesis ¿no?

- Mira que ha hecho una cosa refinada y precisa. Ha vaciado las cabezas de un contenido y ha puesto allí otro. Una operación intelectual y pedagógica notable. Pero dinos, Jesús, ¿has escrito libros? ¿No tienes por casualidad un texto, quizás un borrador del discurso?

Jesús, semiserio:

- No, libros no escribo. Ustedes lo saben bien lo que sucede después. El pensamiento es cristalizado, y las palabras se convierten en objeto de análisis filológicos que les quitan el alma. ¿Cómo se dice hoy? Ah sí, “el texto es un pretexto”. Y además, si escribes mucho, no falta el que descubre contradicciones, y contrapone el período juvenil con el de la madurez... Y si no pones las citas y no haces las notas a pié de página y las bibliografías, no te toman en serio los intelectuales de profesión. Para no hablar de los errores de transcripción, por los cuales un hilo tratando de pasar por el ojo de una aguja se convierte en un camello que se esfuerza por pasar por una puertecita.

El grupito de los intelectuales explota en una carcajada. Ninguno se atreve ya a hablar con Jesús, y retoman el parloteo entre ellos.

Jesús se distancia y va donde los amigos que estaban allí cerca y que habían seguido la confrontación con los políticos y con los intelectuales. Con gestos amistosos y poniendo los brazos sobre sus espaldas, los invita a formar un pequeño círculo, para intercambiar las impresiones recíprocas.

Nataniel, uno de los amigos de Jesús que provenía del ambiente intelectual y que mantenía todavía relaciones con ellos, pregunta a Jesús:

- Pero, Jesús raramente te había visto tan agresivo, tan duro con los que se te acercan. Te enemistaste con dos grupos que son importantes para lo que queremos hacer. Los políticos y los intelectuales son fundamentales en la sociedad, son los que pueden difundir tus ideas y nuestro modo de vivir, el proyecto en fin.

Jesús: - ¿Pero cuál es nuestro proyecto?

Nataniel: -Beh! El proyecto de hacer que los demás piensen como nosotros y hagan lo que hacemos nosotros.

Pedro: - El proyecto eres tú, que todos te reconozcan como el salvador, el guía.

Jesús: - ¿Y ustedes? ¿Qué será de ustedes? ¿Y entonces, todo lo que hemos dicho, en cuanto a ser una comunidad, en la que cada uno sea libre y desarrolle lo que le es propio?

Interviene Santiago:

- Cuando llegues a ser rey, nosotros estaremos a tu lado, yo a tu derecha pensaré en la organización, en la gestión de los asuntos públicos.

Nataniel: - Y yo a tu izquierda, seré el difusor de la propuesta intelectual y moral que llevas adelante.

Interviene Juan: - ¿Y por qué ustedes dos? ¿Qué es este privilegio? Dejen que él escoja a sus colaboradores más cercanos, a los que quiera tener a su lado.

Jesús: - Ustedes se imaginan ser mejores que los otros, pero ¿no se dan cuenta de que hablan como esos políticos y esos intelectuales que mandé lejos? ¿No han entendido lo que dije, y lo que hicimos con los panes y los peces? ¿No entienden ni comprenden todavía? Presten atención. Cuídense de la levadura de los intelectuales y de la levadura de los políticos.

Nataniel: - No me has respondido todavía. ¿Qué te molesta tanto de los políticos y de los intelectuales?

- La hipocresía, amigo mío. No dicen lo que piensan, y no hacen lo que dicen. Y la razón está en el hecho de que no piensan con la propia cabeza y no quieren con el propio corazón. Así como toman y enuncian los pensamientos de otros, que no corresponden a lo que tienen en el corazón, terminan por no saber ni lo que dicen ni lo que hacen.

“Y se maravillaban de su autoridad, y no comprendían de donde la sacaba”.

Jesús, con un gesto de cansancio:

- Amigos, esta noche quiero quedarme solo, quiero reflexionar. Tomen las barcas y adelántense a la otra orilla. Los alcanzaré.

Y dejándolos trepa las pendientes de la montaña. Los amigos lo miran subir, a la última luz de la tarde, hasta que desaparece. Se miran entre ellos. Están disgustados y desorientados. Recogen sus cosas y a la luz de las antorchas se dirigen a la ciudad junto al mar. Ninguno tiene ganas de hablar.

Ya navegando en las barcas piensan en Jesús, tienen en la cabeza todo lo que vieron en aquél día extraordinario. Lo vuelven a ver hablando a la multitud enorme y entusiasmada, después, organizar el milagro de hacer comer a todos, y mandarlos a sus casas felices y contentos; y cuando, al máximo de la experiencia, en el momento en que se disponían a festejar el gran evento, Jesús que discute primero con los políticos, luego con los intelectuales, y en fin que los reta y se aleja de ellos mismos. Ha crecido mientras tanto el viento, las barcas ondulan, y en el momento del peligro, lo ven caminar sobre el mar:

“Pensaron: ¡es un fantasma! Y comenzaron a gritar.

Jesús, habiendo llegado en el intertanto a la cumbre de la montaña, solo consigo mismo, rodeado de nubes, alza las manos al cielo y habla en voz alta:

¡Dios mío, Padre mío! ¿Qué sucede? Los políticos y los intelectuales estarán ya conspirando. Así como primero estaban listos para adularme y usarme porque sentían olor de poder y de honores, ahora estarán construyendo las críticas y las justificaciones, y arquitectando el modo de sacarme del camino. Irán a referir los hechos de hoy a sus superiores, distorsionándolos artificiosamente. Y mañana comenzarán a sembrar cizaña entre la gente, poniendo en circulación rumores y chismes. Afilan las espadas y preparan los bastones.

¿Y los amigos? Desorientados, se dividen. Les he enseñado a estar juntos y ya luchan unos con otros. Y, además, ¡no comprenden! Pero ¿por qué no comprenden? No comprenden porqué he ido demasiado adelante. Este proyecto de hombres libres viviendo en comunidades amistosas es demasiado para ellos como son ahora. Es preciso insistir, continuar su formación. La cuestión es, si sea el momento de aislar a la comunidad, como hacen los esenios, hasta que todos estén preparados espiritualmente, alejándose al mismo tiempo de los peligros y de los enfrentamientos, o si por el contrario, su formación se deba desarrollar precisamente en esta condición, en medio del mundo, a través de los enfrentamientos.

¿Y los otros? ¿Los que vienen como masas a encontrarme buscando un camino, una orientación? La experiencia de disolver la masa anónima llevando a cada uno a pensar con la propia cabeza, y después la de organizarlos para comer en comunidad, resultó. Me espero que traten de replicar en sus propias ambientes la acción comunitaria, multiplicando las ideas. Y yo, habiendo ya probado esta pedagogía práctica, la repetiré tantas veces, cada vez que se reúna la masa a mi alrededor, difundiendo así la teoría y la práctica del Reino, de la nueva civilización. Y esta se esparcirá lenta pero seguramente por el mundo. Porque todos comprenderán la eficacia, la eficiencia de este modo de enfrentar los problemas reales y actuales.

Acompáñame, Padre mío, dame tu fuerza, porque vienen tiempos difíciles. Por cierto, los políticos y los intelectuales estarán agitados y molestos, y serán peligrosos. Pero, todavía no comprenden lo que viene, que será mucho peor para ellos. Porque la gente, pensando por sí misma, ya no aceptará ser manipulada por ellos, y pensará: ¿continuaremos a leer siempre los mismos libros? ¿a cumplir las mismas tradiciones? ¿a someternos a las mismas leyes? Y así perderán sus clientelas, sus públicos. Y cuando entiendan el verdadero peligro para sus privilegios, que no viene de los guerrilleros que los enfrentan con sus mismas armas, sino simplemente de la gente que se libera interiormente y se asocia comunitariamente, se entregarán al saqueo del dinero público, y se desencadenarán contra mí y sobre nuestra comunidad. Pero nosotros debemos continuar, sin miedo. Continuaremos estableciendo relaciones directas con las personas; y éstas, como ocurrió hoy, estarán entusiastas y se harán fuertes.

Con las ideas claras, Jesús desciende de la montaña y va allí donde lo esperan los amigos. Jesús está entusiasmado, inspirado, lleno de Dios y de fuerza y de luz. Los encuentra, agitados, ensombrecidos, asustados, y les pregunta la razón:

- Amigos, ¿qué sucede?

Judas: - Capturaron y apresaron a Juan el profeta.

Jesús se sienta, golpeado por la noticia, y con un gesto invita a todos a formar la asamblea.

Todos toman puesto en círculo, excepto Judas que empieza en seguida a hablar:

- Lo había dicho. Juan ha sido golpeado porque es un profeta desarmado, solo, sin discípulos en condiciones de protegerlo. Nosotros debemos aprender de este hecho, y sacar las consecuencias.

Jesús: - Cierto, debemos aprender. Reflexionemos. ¿Por qué fue apresado?

Mateo: - Yo creo que la razón es que nuestro movimiento se está haciendo muy fuerte. Herodes ha visto que tú, Jesús, te estás haciendo famoso, y que somos fuertes y arrastramos a las multitudes. Y Juan está siempre hablando de ti, y te manda su gente, sin pensar siquiera en los efectos de lo que hace.

Jesús: - Entonces, ¿piensan que lo hace para atemorizarnos? ¿Qué el objetivo no sea Juan sino yo y nosotros?

Interviene Marta:

- No lo creo. Pienso más bien que la razón es que Juan ha atacado directa y personalmente a Herodes, reprobándolo por haberse casado con la mujer de su hermano.

Pedro: - Pero no, eso está en boca de todos desde hace tiempo. Y Herodes se abanica.

Marta: - Pero entonces, ¿por qué lo arrestaron? ¿Tú que piensas, Jesús?

Jesús: - Beh! Los poderosos son arbitrarios. Herodes ha dejado a Juan actuar por mucho tiempo, y de pronto lo golpea. Mientras Juan predicó al pueblo llamando a todos a arrepentirse, a ser justos y no tener comportamientos inmorales, lo dejó hacer. Aún si el poder prefiere a los corruptos, porque tiene necesidad de cómplices, de personas con la conciencia sucia, los justos no lo perturban demasiado. El poder puede darse el lujo de permitir la crítica de los intelectuales que viven en la escalinata del palacio. Perros guardianes que de vez en cuando ladran. Pero cuando Juan puso su nariz en el palacio, y lo enfrentó directamente a él, Herodes, el poderoso, no, esto no lo puede permitir. El poderoso se considera fuera de la ley y por encima de todos. Y a quien no espera el hueso que le concede gratuitamente, y en cambio movido por una fuerza espiritual superior lo reprueba, a ése le tira en contra los siervos y le da un castigo ejemplar. Porque el poder tiene miedo, y tiene miedo de la fuerza espiritual.

Simón el Zelota: - ¿Pero por qué puede tener miedo de personas desarmadas, armadas sólo de palabras? ¿Qué pueden las palabras contra las estructuras, las instituciones, las policías, las burocracias, que son tan fuertes?

Jesús: - Mira que estas estructuras que parecen tan fuertes e impermeables e inamovibles, son mucho más frágiles frente al espíritu, si este es personificado por hombres y mujeres libres y autónomos. El poder espanta a los simples, como una máscara espanta a los niños. Detrás de la máscara hay sólo un hombre igual a cualquiera otro, el cual ha logrado convencer que la máscara que usa es su verdadero rostro, o sea que no es igual a todos. Pero si la palabra desnuda que la máscara es sólo una máscara, forma exterior inerte, el poder pierde su potencia y se revela como una relación de dominio desplegada por un hombre sobre otros hombres. En ese momento el poder empieza a tener miedo, miedo de perderse.

Judas: - ¡Pero qué! ¡El poder tiene miedo sólo del pueblo armado, o de quien lo enfrente con sus mismas armas!

Jesús: - Amigo mío, te equivocas. El poder, cuando es enfrentado en su propio terreno, se refuerza aún más, adquiriendo más armas, reforzando la burocracia, las policías, la demagogia, y en fin, si se llega a situaciones críticas, lanza algún hueso con más carne, multiplica los espectáculos y baja el precio de la entrada. ¿Y sabes por qué el poder es débil y tiene miedo de la fuerza espiritual?

Judas: - No. ¿Por qué?

Jesús: - Porque las estructuras que configuran el poder son como la coraza de un guerrero: si dentro no hay un hombre es inerte. Las estructuras no son otra cosa que un entrelazado de relaciones exteriores, entre muchos elementos que se sostienen uno con el otro, no teniendo ninguno de ellos un soporte propio. Y así, las estructuras son fuertes sólo en la medida en que son creídas fuertes por los súbditos, que no se dan cuenta de su debilidad, estructural precisamente. Cuando algunos empiezan a darse cuenta, y el poder comprende que la difusión de la incredulidad es peligrosa, se pone una máscara más feroz, que asuste todavía más a los simples.

Lo interrumpe Juan:

- ¡Es verdad! Es lo que está haciendo Herodes, que ahora nos asusta más que antes, mostrándose capaz de encarcelar a los adversarios. Se ha quitado aquella máscara de gobernante distante y seguro y se está poniendo la máscara del dictador despiadado.

Jesús: -¡Bravo! Pero así como te has dado cuenta del cambio de máscara, te darás cuenta que lo hace porque empieza a tener mido de la fuerza espiritual que lo desnuda en lo que realmente es. Mira, que si no le funciona bien esta nueva máscara para el propósito de asustar, pronto buscará otra máscara que ponerse. Tal vez se pondrá una amable y gentil, tratando de hacerse querer por la gente. Pero a este punto, con tantos cambios de máscara, la gente se dará cuenta que detrás de las máscaras que se cambian, está solamente un hombre como todos, y entonces su poder estará llegando a su fin. La última máscara que usa el poderoso que no es creído en su aparente fuerza, es la del payaso, con la que busca mostrarse divertido, capaz al menos de hacer reír a los niños, para no ser maltratado por el pueblo desengañado.

En mi viaje por el mundo he presenciado varias salidas de escena de poderosos que dominaban a sus países desde hacía mucho tiempo.

Y así Jesús contó a los amigos algunos eventos memorables a los que había asistido.

Un Presidente de un país de América Latina, elegido y reelegido por muchos años, dándose cuenta de que el pueblo ya no le cree, y que el cerco se estrecha sobre él, y cuando su brazo derecho ya es buscado por la justicia, he ahí que, ante las cámaras de televisión, se sube al cierre de un recinto donde se podía suponer que el buscado pudiera encontrarse, con lo que quería mostrar que él mismo se ponía a la cabeza de la búsqueda del forajido. Esta payasada fue el último acto que cumplió como Presidente, antes de huir a Japón.


Un dictador de un país eslavo, que por muchos años se relacionaba con el pueblo solamente mediante la policía y la televisión, cuando una gran muchedumbre se reúne frente al Palacio para exigirle la renuncia, he ahí que se asoma al balcón con la habitual máscara feroz y amenaza medidas represivas, y las cámaras de televisión registran a la multitud que no lo escucha y se ríe de él, sorprendido, y se le cae la máscara. Pocos días después es juzgado y ajusticiado.

Un jefe de gobierno de un país europeo, cuya clase política parecía inamovible, cuando el pueblo se da cuenta de que el poder está corrompido y se distancia, he ahí que organiza un espectáculo televisivo, en el cual el público está instalado en una platea semicircular, al centro de la cual está el sillón de terciopelo destinada a él. Entra en escena pero no va a sentarse en ella, se acerca en cambio demagógicamente al público, pero éste permanece distante e impasible. El gobierno se derrumba en pocos días.

La asamblea de la comunidad concluye con la decisión de enviar a un pequeño grupo a visitar a Juan a la cárcel, para asegurarle que las cosas están caminando bien, que el movimiento crece, que puede estar tranquilo porque ellos continuarán llevando adelante el proyecto del Reino.
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EL PROYECTO DE JESÚS
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LA COMUNIDAD - (Capítulo 4)
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LA SALUD - (Capítulo 7)
Jesús continúa trabajando serenamente con la comunidad de los amigos, construyendo esta vez, al margen de una metrópolis, como experto carpintero que es, una cabaña de madera para una comunidad de inmigrantes. Empuña un martillo de madera que lleva colgado al cinturón, y con clavos de manera fija un palo largo y delgado a una fuerte estructura de palos enterrados en el suelo. Tomás y Santiago lo observan admirados de su destreza, y luego se le acercan con la intención de ayudarlo aprendiendo de él.

Mientras trabaja, imagina que los intelectuales y los políticos estén contando a su manera el encuentro que tuvo con las masas en la montaña, diciendo que engaña al pueblo y que es un hombre peligroso para el orden establecido; y piensa que las personas que participaron en el evento estarán difundiendo entusiastamente el hecho. En efecto, mientras las noticias pasan de boca en boca, la narración se enriquece de elementos prodigiosos y maliciosos. De este modo Jesús y su comunidad se convierten en centro de interés general.

En poco tiempo se organiza una segunda oleada de peregrinos que quieren conocerlo y escucharlo. Y Jesús renueva el evento –discurso personalizador y experiencia comunitaria -con igual éxito que la primera vez.

Pero esta vez Jesús no queda entusiasmado, porque se da cuenta de que las multitudes e incluso los amigos interpretan sus actos y sus palabras de manera equivocada. En vez de difundirse el proceso de autoconsciencia y de personalización, se inicia un culto a su personalidad; y en vez de difundirse el movimiento de las comunidades autónomas y autosustentadas, se producen movimientos de masas anónimas.

Reflexionando sobre todo ello Jesús camina por las calles de la metrópolis, llena de hombres y mujeres que se agitan, que corren, entre los afiches publicitarios, los ruidos, los vehículos de todo tipo. Miles y millones de ser humanos inquietos, inestables, atraídos por los productos, movidos por pulsiones, agitados por los deseos, sedientos de diversión. Cuerpos accesoriados, armados de objetos, de máquinas, de instrumentos, que les dan una falsa seguridad. Consumidores insaciables que no pueden prescindir de nada, endeudados y obligados a experimentar la persecución imparable de dinero. Estresados por obligaciones que no logran concluir nunca a tiempo. Agredidos por miríadas de informaciones que no terminan de digerir. Seducidos por modelos televisivos que los constriñen a perder peso, tonificar los músculos, inflar los senos, aumentar los pectorales, estrechar las cinturas, endurecer las piernas, estirar la piel. Y dentro de estos cuerpos acicalados y embellecidos, miedo de enfermedades de todas clases, verdaderas e imaginarias. Y dentro de estas armaduras de objetos potentes, mentes débiles, vacilantes, inseguras. Y más allá de la fachada de conocimientos actualizados, pensamientos descompuestos, disgregados, contradictorios. En suma hombres y mujeres débiles, sufrientes, inseguros, insatisfechos.

¿Y cómo, éstos, podrán construir comunidades, transformar el mundo, llegar a ser habitantes de una civilización nueva? Asociarlos en pequeños grupos, sin que cambien interiormente, sin que adquieran conciencia, sin que lleguen a ser libres y sanos, no sirve para nada, y ni siquiera es posible. La creación de comunidades de hombres libres requiere ante todo alcanzar un estado básico de salud física, mental, psicológica y espiritual. Y que los participantes estén purificados de esta dolorosa voluntad de poder y de riqueza que arremete contra los demás y se retuerce contra sí mismos.

Este es el punto de partida, que consiente la formación de comunidades que satisfagan la necesidad humana de convivencia, de sociabilidad elemental. En la comunidad así formada se desenvolverá después el proceso más profundo, aprendiendo unos de otros, reforzándose mutuamente, en un camino sin término de personalización y de solidaridad conciente, de crecimiento en común.

Es preciso partir siempre de los hombres tal como son. De los hombres divididos y debilitados, y ponerlos en condición de recomponerse interiormente, y vinculados los unos con los otros, de expandir recíprocamente la propia personalidad, adquiriendo cada uno una forma de individualidad históricamente superior.

Esta no es una empresa que podré cumplir entera aquí y ahora. Puedo apenas iniciar el proceso, y con actos memorables y palabras indelebles mostrar que esto se puede hacer. Aproximarse a ellos, uno a uno, liberarlos de las enfermedades y de los miedos, de la muerte en vida y del miedo de la vida y de la muerte.

Jesús llega así a la conclusión que debe iniciar una fase nueva en su acción. En primer lugar, para evitar las concentraciones de masas alrededor suyo, acentúa el carácter itinerante de la comunidad, moviéndose incesantemente, peregrinando de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad. No habla más a las masas sino que se dirige a los individuos, trabajando en profundidad más que en extensión, en lo cualitativo más que en lo cuantitativo. Reduce su exposición pública, e invita a todos a hacer lo mismo. Es ésta una estrategia de largo aliento, basada en la difusión molecular de sus propuestas.

Esta nueva estrategia toma nota realistamente también de una nueva situación: el arresto de Juan y su decapitación, que evidencian la reacción alarmada del poder, virtualmente peligrosa para la vida de los miembros de la comunidad.

Sin embargo, mientras el poder en esta fase se ha limitado a la fuerte advertencia, los intelectuales de profesión, habiendo comprendido que el poder ha decidido tener mano dura con los profetas, lo apremian de cerca, lo enfrentan en cada ocasión, convencidos de que no tendrá éxito y, en previsión de cualquier circunstancia, alejar cualquier sospecha de afinidad ideológica y simpatía personal.

Pero actuando así, la comunidad comienza a agrietarse y el grupo se reduce. Los que se habían acercado a él pensando involucrarlo en la lucha política, restablecen sus relaciones anteriores y enfrían la participación en la comunidad. Los que se esperaban ser reconocidos por Jesús como sus lugartenientes y que en cambio son reprendidos, lo siguen ahora de mala gana. Los que eran los más fervorosos activistas en las misiones encomendadas por Jesús, que ya no los envía en parejas, como antes, pierden entusiasmo.


*


En la tarde de un día muy caluroso en que habían comenzado a caminar al alba con la intención de alcanzar antes de la noche una ciudad, Jesús maestro de la atención nota el cansancio de los amigos, el malhumor, y los invita a detenerse y reposar bajo un manchón de árboles al centro del cual hay un pozo. Todos acogen con alegría la idea y se instalan a la sombra.

Jesús se sienta en el borde del pozo, a la sombra de altos árboles, concentrado en un pensamiento, hasta que es distraído por las voces de los amigos. Estos, por turno, lanzan un balde de agua amarrado a una cuerda dentro del pozo. Compiten a quien logra llenarlo al primer golpe, ante los ojos de las mujeres que se ríen y les hacen bromas.

Cuando el juego termina y todos han calmado la sed y se han reposado, Jesús queriendo estar solo, invita a las mujeres a recoger en un bosque cercano que se levanta en los pies de la montaña, hierbas, callampas, frutas secas, y a los hombres a capturar algunas liebres y traer algo de leña.

- Esta vez no participaré – agrega -, tengo ganas de estar solo.

Quedando consigo mismo, Jesús reza contemplando las maravillas del mundo a su alrededor: la cima ondeante de un árbol, bandadas de pájaros en vuelo, las nubes blancas navegando en el cielo azul, la luna llena en la que se recorta la figura de un asno celeste. Jesús se enciende de amor y de gratitud.

Poco después aparece un canto de mujer.

Jesús busca con los ojos la fuente del canto, y he ahí, avanza una joven samaritana que deja de cantar al verlo, se acerca en silencio con los ojos bajos, apoya en la tierra el ánfora y saca con destreza agua del pozo con el balde.

Apenas la joven ha vertido el agua del balde en el ánfora, Jesús le habla.

- ¿Me das un poco de agua?

La joven ofrece a Jesús el ánfora y Jesús bebe, sosteniéndola del cuello y levantándola con el codo.

Samaritana: -¿Cómo tú, que eres judío, me pides de beber a mí que soy samaritana?

Jesús: - Si supieras quién soy, tu me habrías pedido a mí, y yo te hubiera dado agua viva.

Samaritana: - Aquí hay solamente agua de pozo, no hay vertientes. ¿De dónde sacas entonces el agua viva?

Jesús: - El que bebe el agua de este pozo tendrá de nuevo sed, pero el que beba del agua que yo le daré no tendrá sed nunca más. Y esta agua se convertirá en una vertiente que salpicará eternamente hacia la vida eterna.

Samaritana: - Dame de esa agua, para que no tenga más sed.

Jesús, con un relámpago en los ojos:

- Tus ojos se parecen a los de una paloma.

La samaritana, cogiendo al vuelo la cita del Cantar de los Cantares:

- Y tu cabello es parecido al plumaje de un cuervo.

Jesús: - Y tus dientes parecen un redil de ovejas.

Samaritana: - Y tu barba se parece a un redil de ovejas.

Jesús: - Magnífico es tu rostro y dulce tu voz. Tiene leche y miel en la boca.

En ese momento vuelve un primer grupito de los amigos, precedidos por los “hijos del trueno”, Andrés y Juan, que levantan orgullosamente dos liebres. Pero se detienen perplejos viendo a Jesús y la mujer que ríen cara a cara. Enmudecen. Ninguno osa preguntarle: “¿Que quieres tú con ella?”

La samaritana, viendo que se acerca el grupo de las mujeres, se coloca el ánfora sobre la cabeza y se aleja dirigiendo una última mirada a Jesús. Jesús la sigue con la vista hasta que desaparece detrás de los árboles. Se levanta y con alegría comienza a encender el fuego, dando inicio a la cena campestre bajo la luz de la luna.

A la mañana siguiente llama a Andrés y a Juan y les dice:

- ¿Debe haber una aldea cercana por esos lados - indicando la dirección que había tomado la joven samaritana. - ¿Por qué no vamos allá, antes de alcanzar la ciudad?

Andrés, sospechoso:

- Pero ésa será una aldea de samaritanos, por lo que se puede entender por el vestido de la mujer de ayer...

Jesús: - Sí, precisamente, ¿no debemos hablar también con los samaritanos?

Juan: - Pero es una desviación de nuestra meta.

Jesús: - Beh, no tenemos apuro. Pienso que en esa aldea encontraremos personas y lugares interesantes. Y además, quisiera encontrar todavía a esa mujer...

Andrés: - Si es así... vayamos.

Y fue así que entraron a ese pueblo. Al centro de la plaza, una bandada de muchachos y muchachas que juegan al matrimonio: los muchachos tocan la flauta y las muchachas les bailan alrededor.

Jesús en medio de los amigos y amigas asiste divertido a la escena. Y he aquí una banda de niños que trata de acercarse a Jesús, gritando a coro: ¡El profeta! ¡El profeta!

Inmediatamente un grupito de los amigos de Jesús, como guardaespaldas organizados, se interponen entre él y los niños, haciéndolos callar y tratando de alejarlos.

Tomás de Alfeo: - ¡Dejen en paz al Maestro!

Nataniel: ¡No lo molesten!

Los niños se detienen, callando asustados.

Jesús ve a la joven samaritana que, atraída por los sonidos y las voces, se asoma a la puerta de su casa que da a la plaza. Ella, sorprendida por la inesperada aparición, se levanta graciosamente un mechón de pelo que le había resbalado sobre la frente, y da un paso adelante bajando el peldaño de la casa, emocionada.

Jesús no se distrae más que un instante de lo que están haciendo los amigos con los niños, y los llama:

- Pero ¿quieren dejar en paz a estos niños que juegan?

Y después, a los niños: - ¡Vengan! ¡Vengan aquí!

Los niños, emitiendo grititos de excitación y de alegría, se acercan a Jesús, que se deja tocar y arremolina el cabello de los más chiquitos.

Después, dirigiéndose a todos en voz alta:

- Todos piensan que los niños deben imitar a los adultos, y no molestarles, y estar callados a un lado; pero yo les digo que somos nosotros adultos los que tenemos que aprender de los niños, volviendo a adquirir su libertad de espíritu, su alegría, el sentido del juego y de la amistad, la confianza en los otros, la espontaneidad, la capacidad de emocionarse ante lo inesperado. Estos niños son ya habitantes del Reino de Dios ¿y quieren echarlos?

Se aproximan un padre y una madre que tiene en brazos a su niña. Jesús le tiende las manos, toma a la niña en brazos, la estrecha a su pecho y la besa.

Jesús, a la niña:

- ¿Cómo te llaman?

La niña, después de haber mirado a la mamá y al papá y volviendo a mirar a Jesús:

- Cintia.

Jesús: - ¡Tienes el nombre de un pajarito y pías como un pajarito!

Niña: - ¿Y a ti cómo te llaman?

Jesús: - Jesús.

Un adolescente que ha dejado de tocar y se ha acercado:

- ¿Qué quiere decir Jesús?

Jesús: - Quiere decir Dios salva.

La madre de la niña, volviendo a tomarla en sus brazos:

- ¿Nos salvarás tú?

Jesús: - El Padre nuestro del cielo actúa siempre, y yo también actúo, y también ustedes actúan, para alcanzar la salvación.

Luego pone una mano sobre el hombro del adolescente y lo lleva a la sombra de un árbol. Los muchachos y las muchachas que jugaban con él lo siguen. Jesús se sienta en la tierra, dibuja con el dedo una reja de líneas e invita al adolescente a comenzar el juego del gato. Marcan uno tras otro con el dedo en el polvo cuadrados y círculos.

Jesús juega, se divierte, se reprueba por un error que comete en el juego, pierde la partida y ríe, ríe.

Los amigos lo observan y sonríen ellos también. Todos se contagian con la risa de Jesús, excepto Judas que se rasca la cabeza.

Después Jesús se distancia del grupo y se dirige hacia la samaritana que lo ha esperado. Se saludan amistosamente, y Jesús la invita a sentarse en un banco de la plaza, donde conversan largamente.

El grupo de los amigos y amigas de Jesús se mantiene aparte, maravillados pero también un poco molestos por la libertad de espíritu de este hombre que no terminan de comprender. Sólo Juan aprueba, siente surgir también dentro de sí un deseo de libertad, y dándose coraje se acerca a una bella y agraciada joven que había visto desde que habían entrado en la plaza.


*

La comunidad se encuentra a orillas de un lago, descansando a la sombra de los árboles. Se acerca un grupo de hombres y mujeres agitados, que llevan donde Jesús un hombre sordo y mudo. Este con gestos pide a Jesús que lo cure.

Jesús, sin decir ninguna palabra, responde con gestos haciéndole entender que hará lo que le pide, pero no delante de todos. Le pone amistosamente una mano sobre la espalda y se alejan de los otros.

Poniéndose delante del sordomudo, le enseña a respirar profundamente, y a relajarse mediante ejercicios de posición. Después le palpa en torno a las orejas, las masajea largamente adentro y afuera.. Busca una hierba aceitosa, la tritura, la mezcla con la propia saliva, y continúa con ella los masajes a las orejas, que extiende bajo la garganta. Después coge de un árbol dos vainas y les saca las semillas. Pone en su propia boca tres de estas semillas comenzando a moverlas con la lengua, y entrega otras al sordomudo para que lo imite.

En fin, mirándolo fijo a los ojos, le grita:

- Abre tus orejas. Escucha el viento. Y repite lo que sientas.

El hombre se concentra con todas sus fuerzas, las orejas se abren y escuchan la voz del viento.

El hombre, imitando la voz del viento, saboreando el sonido que sale de sus propios labios:

- Ohhhh...oohhoohh... – y sonríe.

Jesús: - No lo digas a nadie.

El hombre: - A nadie.

Jesús vuelve con el hombre sanado donde los otros, y dirigiéndose a todos:

- No lo digan a nadie.

El hombre: - No lo digan a nadie.

El grupo se maravilla, se acercan al sordomudo sanado, y uno de ellos le pregunta, para probarlo:

- ¡Diga cinco!

El hombre: - ¡Diga cinco!

Todos se ríen, incluido Jesús.

Otro hombre: - ¡Pero entonces es verdad que sabes sanar!

Jesús: - Estas cosas pueden hacerlas ustedes mismos, y también más grandes. Dios ha provisto la naturaleza de hierbas y de elementos que curan las diferentes enfermedades. Y las manos de cada uno de nosotros tienen una maravillosa sensibilidad. Y el hombre tiene potencias espirituales inmensas. Y la fe mueve montañas. La curación fue lograda porque le enseñé como hacerlo, él creyó, participó, y aprendió a escuchar y a hablar.

Jesús y los amigos hablan todavía un poco con el sordomudo y sus compañeros, después se saludan y ellos vuelven a sus casas, no ya en el estado de excitación en que habían llegado, sino que serenos, bromeando.

María Magdalena se adelanta, pone sus manos en la cintura, y dirigiéndose a los amigos dice chistosamente:

- Y estos nuestros maravillosos cuerpos, ¿no los queremos alimentar y festejar como se merecen?

Pedro: - ¡Por cierto, nosotros estamos listos! ¿Qué cosa tenemos?

María Magdalena: - Poca cosa. Pero yo pensaba en un gran almuerzo, rico, nutritivo, especial. Vayan a pescar al lago; pero no vuelvan con carpas sino con una buena docena de truchas grandes para preparar a las brasas. Aquí tenemos papas, tomates y cebollas. Y queda alguna botella de vino bueno. ¡Ya!

Jesús: - ¡Magnífica idea! Yo me encargaré del fuego.

Y comienza inmediatamente a recoger ramas secas, mientras Pedro prepara los anzuelos y parte con otros a pescar.

Apenas Jesús termina de partir y preparar las ramas, dejándolas listas para encenderlas, escucha a alguien que llama, no lejos. Se giran, miran en dirección a la voz, y ven llegar a un joven campesino y a su mujer encinta. El joven campesino explica:

- Tenemos una muchacha ciega. Supo que Jesús estaba aquí y quiere encontrarlo.

Jesús, sin dejar el trabajo:

- Tráela y veamos qué se puede hacer.

El campesino y su mujer van y vuelven tomando de la mano a la muchacha.

Jesús encarga a Marta el mando del fuego e indica a los dos campesinos que lo sigan con la ciega. Se alejan, y llegando detrás de una duna, se sienta e invita a los otros a sentarse.

Jesús observa atentamente a la muchacha, que es afectada por pequeños tics y temblores inarmónicos. Le pregunta:

- ¿Cómo te llamas?

- Gabriela.

- ¿Desde cuándo eres ciega?

- Desde hace dos años.

- ¿Y qué te sucedió hace dos años?

- Una mañana me desperté, y ya no veía más.

- ¿Y qué te ocurrió la noche anterior, Gabriela?

La muchacha calla, asaltada por una descarga de tics nerviosos. No logra hablar.

Jesús cierra los ojos, se concentra, y luego dice a la pareja de campesinos:

- Vayan allá, ustedes, y esperen a la sombra de ese árbol, y haz tenderse a tu mujer que está cansada.

Habiéndose quedado solo con la muchacha ciega:

- Gabriela, tiéndete, y escúchame. Ahora te haré un masaje en las plantas de los pies, un simple ejercicio de relajación.

La muchacha: - ¡No me toques!

Jesús: - No tengas miedo de mí.

Ella asiente, se tiende, y Jesús comienza un enérgico masaje a los pies de la muchacha, que lentamente se tranquiliza.

Jesús: - Si no quieres decírmelo, no lo digas. Pero... ¿llegó alguien aquella noche, no? – La muchacha calla. – Y te molestó...

- Sí.

- Y tú no quisiste verlo nunca más...

La muchacha se emociona, llora, y con la voz descompuesta casi grita:

- ¡Sí, y a ningún otro! ¡Quería que no me viese nadie, quería morirme!

Jesús la ha escuchado atentamente y está conmovido. Toma las manos de la muchacha y comienza a cantar dulcemente:

- “Oh Señor, nuestro Dios, ¡cuán grande es tu nombre sobre toda la tierra!

Si miro tu cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tu fijaste, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, y el hijo del hombre para que te preocupes?

Y sin embargo lo hiciste poco menor a los ángeles, de gloria y de honor lo coronaste: le diste poder sobre las obras de tus manos, todo lo pusiste bajo sus pies.

Oh señor, nuestro Dios, ¡cuán grande es tu nombre por toda la tierra!”

Terminado el canto Jesús ve a la muchacha que sonríe, y le habla:

- Lo recuerdas, el color del cielo, la forma cambiante de las nubes que cuentan cuentos, el ondear del trigo cuando los primeros rayos del sol, los pájaros que juegan en las ramas de los árboles... Los verás nuevamente, están siempre alrededor tuyo y te esperan.

La muchacha respira profundamente, recuerda y su rostro se ilumina. Le caen dos lágrimas, se refriega los ojos como tratando de limpiarlos. Jesús espera, y acariciando su frente continúa diciéndole:

- La luz del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, también tu cuerpo está entero en la luz; pero si está enfermo, también tu cuerpo está en tinieblas. Y si la luz en ti es tiniebla, ¡cuán grande será la tiniebla! Pero si tu cuerpo está entero luminoso, ¡todo estará iluminado!

La muchacha: - Aprieta fuerte mis manos, Jesús.

Jesús, apretándole las manos:

- ¿Ves algo? Mira a la derecha – y señala la dirección desde donde avanzan hacia ellos el campesino y su mujer.

La muchacha: - ¡Veo sombras que caminan!

Jesús: - Son hombres. Son tus amigos, míralos bien.

Ella se levanta, se dirige hacia ellos con pasos seguros y los abraza.

- ¡Estoy curada! ¡Estoy curada!

Jesús, a los tres:

- No se lo digan a nadie.

La muchacha, en señal de asentimiento, cierra los ojos.


*


Una tarde Jesús y los amigos llegan a una ciudad. Se esparce la voz de su llegada y comienza a reunirse a su alrededor una cierta cantidad de gente. Entre ellos un hombre llamado Saqueo, curco y de baja estatura, del que muchos se reían por sus defectos, y que no es querido pues es el jefe de los funcionarios que controlan los impuestos y el cumplimiento de los reglamentos comerciales. Trata de ver a Jesús pero no lo logra a causa de la aglomeración que lo rodea.

Jesús se las ingenia para escurrirse del asedio de la gente, junto a tres de sus amigos más jóvenes, y sin darse cuenta se meten en un barrio popular de mala fama, en el que ni siquiera la policía se atrevía a entrar, conocido por el comercio de la droga, la práctica de la prostitución, y refugio de ladrones. Desde un pasaje lateral les llegan los gritos desgarrados de una mujer. Los jóvenes se detienen, pero Jesús se adelanta a paso rápido; los tres se resignan a seguirlo.

Observa un agrupamiento de sujetos que rodea a un hombre que arrastra, pegándole, a una mujer a la que acusa delante de todos de haberla sorprendido con un amante , y que él no está dispuesto a aguantar esa vergüenza. Por la actitud de los demás se percibe que el hombre es respetado como jefe de banda, y lo instigan diciéndole que no es la primera vez, que la mujer es famosa por su infidelidad.

Jesús se pone delante de él y le dice:

- ¡Detente!

El hombre, sorprendido, suelta a la mujer, y le replica:

- ¿Y tú quién eres? Esta mujer es mía y debo castigarla.

Se alzan voces desde el grupo:

- ¡Es verdad! ¡A ésta la conocemos todos!

El jefe de banda, dirigiéndose a Jesús:

- Cierto que eres osado para entrar aquí, a mi zona, a decirme lo que no debo hacer, ¿y me hablas así estando yo rodeado de éstos mis leales amigos?

Jesús lo mira a los ojos. Luego extiende las manos a la mujer, la ayuda a levantarse y la sostiene. Y con voz pausada dice al hombre:

- Mira la realidad a la cara, amigo. Estos tus valientes amigos te azuzan porque también ellos se han aprovechado de tu mujer, y quieren enmascarar el hecho de que te traicionan, ya que te tienen miedo. No son, pues, tan valientes como crees.

Jesús mira a todos uno a uno, y uno a uno empiezan a alejarse, callados, escondiéndose. Al quedar solos, Jesús prosigue:

- Y en cuanto a ti. ¿Eres un jefe de banda y no logras tener una mujer sino atemorizándola? Y le pegas porque quieres demostrarte a ti mismo y a los otros y a ella que eres el más fuerte, cuando eres el más débil de todos, pues tu mujer y tus amigos te traicionan. Ella parece la más débil, pero es la más fuerte porque hace lo que quiere.

Dirigiéndose luego a la mujer:

- Tú, de ahora en adelante, no peques más.

- Y tú –dirigiéndose al hombre – ¡ámala como se ama a una mujer!

Jesús y sus tres amigos dejan al hombre y a la mujer que se miran, reconociéndose por primera vez en su verdadera realidad.

Mientras se alejan uno de los tres amigos dice a Jesús:

- Estuviste tremendo al defender a la mujer pecadora, y al mostrar a todos lo débiles que son y que se traicionan unos con otros.

Y Jesús, sonriendo: - El que de ustedes esté sin pecado, que tire la primera piedra.

Volviendo sobre sus pasos y saliendo del barrio de mala fama, y entrando ya en la calle grande de la ciudad, llena de negocios y luces, he ahí al obstinado Saqueo que quiere conocer a toda costa a Jesús. Salta del vano de una ventana en la que se había instalado a esperarlo por todo ese tiempo y se pone delante de él.

Jesús: -¡Ah! ¿Eres tú?

Saqueo: - ¿Me reconoces? Soy Saqueo.

Jesús: - Cierto, te vi antes cuando tratabas de acercarte a mí. Mira, ¿por qué no nos invitas a tu casa a comer esta noche?

Saqueo: - Me haces feliz, Jesús. Vengan.

Saqueo abre camino a los cuatro, lleno de gozo, hasta su casa.

Al llegar le viene al encuentro un sirviente, al que dice:

- Esta noche tenemos invitado a cena a Jesús y sus amigos. Anda a invitar de mi parte al alcalde..., y también a ese profesor de sociología que vino el otro día, ...¿cómo se llama?

- Sí, sí, entendí – responde el sirviente, y parte.

La cena es servida en el jardín, bajo el ramaje de un gran árbol. La mujer de Saqueo se da un gran trabajo para que el evento inesperado sea todo un éxito. Pero las cosas no proceden fácilmente.

Para empezar, se esparce la voz de esta cena, y una fila de conocidos que no veían desde hace tiempo comparecen casualmente en la casa. Naturalmente, hay que invitarlos, y naturalmente aceptan. Se agregan sillas y se añade más carne al fuego. La espera crece. Todas las miradas apuntan a Jesús, el que sin embargo no toma la palabra y se comporta como uno de tantos, escucha interesado a Saqueo que está frente a él, le responde en voz baja, se informa de la vida cotidiana de los comensales más próximos, deja pasar sin comentarios las voces que alaban sus obras.

En cambio, es el alcalde el que trata de ocupar el centro de la atención. Con voz estudiada se dirige a Jesús:

Alcalde: - Tengo un gran placer en conocerle. He escuchado hablar de Usted, y tengo una pregunta que hacerle. Mis colaboradores me han informado que Usted desarrolla sus actividades especialmente entre la gente pobre, los ignorantes. Pero Usted que es tan sabio, ¿por qué desperdicia sus originales ideas dirigiéndose a todas esas gentes que no podrán jamás comprenderlo hasta el fondo, y que no tienen influencia social ni cultural?

Interviene el sociólogo: - Excúseme, señor Alcalde, excúseme señor Jesús, pero yo tengo la misma curiosidad. Nosotros los científicos, cuando elaboramos nuestras investigaciones profundas, la primera cosa que hacemos es someterlas al juicio de nuestros pares, para recibir sus observaciones, sus comentarios. Pensamos que sólo ellos están en condiciones de valorar la altura y profundidad que hayamos alcanzado, y buscamos con humildad confrontar nuestras conclusiones con aquellos que puedan juzgarlas con el mismo rigor analítico. Pero Usted, si no se confronta con los cultos, y se limita a hacer discursos a los simples, que naturalmente le creen y le siguen, no puede tener una prueba de la validez de sus ideas. Pero siendo Usted tan sabio, no puede temerle al juicio crítico de los hombres de ciencia.

Jesús los escucha atentamente, saborea con calma un vaso de vino, en el silencio que se ha creado, y sin dar la más mínima señal de molestia por el contenido punzante de las observaciones del alcalde y del sociólogo, responde tranquilamente:

- Antes de responderles, quisiera agradecer a Saqueo y a su señora por habernos abierto su casa y su corazón, y por habernos ofrecido junto a estas exquisitas comidas y a este óptimo vino, la ocasión de encontrarnos aquí todos.

El Padre nuestro celestial nos hizo a todos iguales, por lo que preferiría que nos tratáramos de tú, y permítanme hacerlo. En cuanto a sus preguntas, razonemos un poco. Aquellos que ustedes llaman pobres e ignorantes, simples y sin influencia, son hombres y mujeres que Dios creó a su imagen y semejanza, y que por ello tienen inmensas capacidades intelectuales y potencialidades creativas. Es verdad, actualmente no saben y no pueden. Han llegado a ser pobres, ignorantes, sin influencia, simples. Y la razón de ello está próxima a ustedes, políticos e intelectuales, que por un lado ocupan el poder y no dejan participar a la gente en la construcción de sus propias vidas, y por el otro se apropian del conocimiento y lo exponen en lenguajes complicados que sólo los iniciados, que ustedes mismos seleccionan, puedan comprender.

Por éso me dirijo a ustedes y a ellos. A ellos porque mi misión y mi proyecto consiste en que adquieran fuerza y señorío, conocimiento y sabiduría, y superen las condiciones en que se encuentran, que vuelvan a ser imágenes de Dios, y Dios se refleje en ellos. Y me dirijo a ustedes, hombres del poder y de la ciencia, porque están devorados por la voluntad de ser inferiores a ustedes mismos, y tampoco ustedes reflejan a Dios, más bien, lo contrastan con el ansia de poder, de figuración y de riqueza, y con la exclusión de los hermanos que ustedes desprecian. Y todo esto que digo, los pobres, los simples, los ignorantes, lo comprenden, más bien, lo saben antes de que lo escuchen de mí.

Yo te bendigo Padre nuestro del cielo, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y las has revelado a los pequeños.

El alcalde mira al sociólogo como diciéndole “respóndele tú”. Este asiente y retoma la palabra:

- Usted...,, tu..., veamos... aquí hay precisas distinciones que hacer. Una cosa son los buenos pobres que trabajan y respetan el orden; otra los trasgresores, los criminales, las prostitutas. La primera cosa que has hecho entrando a la ciudad – si mi información es correcta -, ¿no fue precisamente entrar en el barrio que es la vergüenza de esta ciudad? Te fue bien, no sabes lo que podría haberte pasado...

Pero es interrumpido por la entrada de una prostituta. Todos quedan helados. La mujer, con un frasco en la mano, se acerca a Jesús y se arrodilla llorando a sus pies, llora silenciosamente, las lágrimas caen sobre los pies de Jesús, ella las seca con sus largos cabellos y los besa tiernamente. Después se levanta, abre el frasco y vierte un aceite perfumado sobre su cabeza.

Se escuchan rumores escandalizados. Interviene el alcalde dirigiéndose a Jesús:

- ¿Tu conoces la profesión de esta mujer? ¿Y te dejas tocar por ella delante de todos?

Jesús responde, mirando afectuosamente a la mujer:

- Lo que yo sé es que me ha bañado los pies con sus lágrimas y los ha secado con sus cabellos, y desde que entró no ha cesado de besarme, y me ha esparcido perfume. Por esto yo digo: le son perdonados sus muchos pecados, porque mucho ha amado.

A Magdalena:

- Te son perdonados tus pecados.

Interviene el sociólogo:

- ¿Quién es este hombre que incluso perdona los pecados, sustituyéndose a la ley y a la justicia?

Jesús: - Yo no soy un juez. Y pienso que los hombres y las mujeres debemos perdonarnos unos a otros. ¿Qué sería el mundo sin perdón? ¡El infierno!

Judas, todo el tiempo incómodo en esta cena de ricos, y que desatento a estos hechos que le parecen cuestiones sentimentales sigue pensando en el tema de la discusión anterior, lanza:

- ¿Pero qué es este inútil desperdicio? ¿No se podía vender este aceite perfumado y dar el dinero a los pobres?

Jesús: - ¿Por qué me repruebas? ¿Y por qué la agredes a ella? Realizó conmigo un acto de amor; hizo lo que estaba en su poder.

Interviene imprevistamente la mujer del sociólogo:

- Si eres maestro, danos una señal del cielo.

Jesús, emitiendo un profundo suspiro: - ¡Qué signo!? ¡Si tienen ojos y no ven, tienen oídos y no escuchan¡?

Algunos comensales se levantan y se van. Otros parlotean nerviosamente entre ellos. Algunas señoras manifiestan incomodidad. El alcalde llama con el dedo a un doméstico.

Los amigos de Jesús están preocupados. La situación se torna peligrosa.

Entra Andrés, se acerca a Jesús y le habla al oído:

- Tu madre y tus hermanos están afuera, quieren verte y hablarte.

Jesús no se mueve. Andrés y Pedro intercambian miradas.

Saqueo, que sentado frente a Jesús había seguido en silencio los hechos que ocurrieron en su casa, se levanta, mira a todos, mira a Jesús, y le dirige la palabra:

- Jesús, dime que debo hacer, y lo haré.

Jesús: - Cuando estés solo, pregúntaselo a tu corazón.
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Los acontecimientos se precipitan. Los hombres del poder y de la ciencia no pueden tolerar y no saben comprender a este hombre grande y libre. Lo cercan, lo capturan, lo torturan, y finalmente lo matan. Los amigos se dispersan. Judas se suicida, Pedro lo reniega. Sólo algunas amigas se atreven a presenciar la tragedia, y se hacen cargo de su sepultura. Van al sepulcro y lo encuentran vacío.


******************


Saulo de Tarso galopa a caballo en el camino a Damasco. Es un joven que no ha cumplido aún los treinta años. Obsesionado por el ansia de defender la pureza de su fe, el Templo y la Ley, va persiguiendo a todos aquellos que se muestran fascinados e influenciados por la figura misteriosa de Jesús, aquél coetáneo suyo que no conoció, y que predicó fuera del Templo, y que quiso reemplazar las prescripciones de los Libros Sagrados con la simple exortación al amor de todos con todos.

Es de noche. El camino es interminable y desierto. El cielo está cubierto de nubes y ninguna luz de aldea o ciudad llega hasta él. Llegado a una encrucijada detiene el caballo, inseguro sobre la dirección a seguir, y escucha una voz a su espalda:

- Saulo, ¿por qué me persigues?

Saulo se gira, ve a un hombre y le pregunta:

- ¿Quién eres?

- Jesús: - Soy Jesús.

Saulo se sobresalta, el caballo se encabrita y el jinete cae a tierra. El caballo escapa. Saulo y Jesús están solos, uno frente al otro. Saulo se levanta, observa largamente a Jesús, y le dice:

- No eres tú. Jesús murió.

Jesús: - Sí, morí. Y estoy vivo.

Saulo: - O estás muerto, o estás vivo. Cuando hay muerte, ya no hay vida, y cuando hay vida, no hay aún muerte.

Jesús: - Pero, tu eres un fariseo y crees en la resurrección.

Saulo: Cierto, pero al final de los tiempos, cuando todos hayamos muerto.

Jesús: - Muere el cuerpo, que es corruptible. Pero el hombre no es sólo un cuerpo que se deteriora. “No toda carne es igual, sino que una es la carne de los hombres, otra la de los animales, otra la de las aves, otra la de los peces. Hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres. Uno es el resplandor del sol, otro el de la luna, otro el de las estrellas. Así también es en la resurrección de los muertos: se siembra corrupción, resucita incorrupción, se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza, se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual”.

Saulo reflexiona, y luego afirma:

- Yo creo en lo que está escrito: el que cumple la Ley tendrá la vida eterna.

Jesús: - “El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado, la Ley”.

Saulo: ¿Qué dices? Al contrario, la Ley es lo que impide a los hombres pecar. Los hombres y las mujeres que cumplen todas las leyes y observan todos los reglamentos, ésos son mujeres y hombres virtuosos, y los que en cambio no se conforman deben ser vigilados y castigados.

Jesús: - Los torturadores de todas las dictaduras se justifican diciendo que no tienen culpa porque cumplen las leyes y las órdenes. Y los burócratas de todos los estados democráticos se justifican diciendo que observan los reglamentos cuando obligan a los ciudadanos a esperar interminablemente su turno, y cuando obstaculizan sus iniciativas hasta que no se deciden a poner el timbre decisivo sobre el conjunto de los certificados. Y los especuladores de todos los mercados se justifican de la pobreza que producen a su alrededor y de la destrucción de la naturaleza, diciendo que se limitan a seguir las leyes del mercado. Y cuando se han cumplido todas las leyes y todos los reglamentos, tantos hombres y mujeres han sido mutilados y asesinados, la mayor parte de los ciudadanos han dejado de participar en la construcción de sus propias vidas o se han acostumbrado a una existencia sometida, y los consumidores se contentan de sustitutos o se resignan a los desechos. Y los torturadores, los burócratas, los especuladores y todos los otros, creen estar cercanos a Dios y ganarse el cielo porque cumplen puntualmente los rituales de las religiones de las que se declaran fieles.

Saulo está sacudido por estas palabras, que le revelan el tremendo error que está cometiendo cuando en nombre del cumplimiento de la ley él mismo se ha convertido en un feroz perseguidor de seres humanos. Se pone las manos en la cabeza:

- Dios mío, ¡qué estoy haciendo!

Mira a Jesús y le pregunta:

- Pero ¿entonces? Si los hombres dejan de cumplir las leyes y de respetar las tradiciones, se abandonan a sus propios instintos y actúan como animales. Ya no habrá padres e hijos, gobernantes y gobernados, cada uno lucha por su propia afirmación y el hombre se torna lobo para el hombre. ¿Y cómo se combate entonces el mal, el pecado?

Jesús: - Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: las fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre. Y la respuesta debe venir desde dentro del hombre. Hay que actuar, pues, a partir del hombre, de su espíritu.

Mira lo que sucedió al comunismo. Nació para construir una sociedad de hombres iguales, libres y justos, sin clases, sin explotación, sin egoísmos. Impuso sobre un vasto imperio una nueva ley que obligaba a todos a la solidaridad, a la cooperación. Y he ahí, pasan una, dos, tres generaciones que viven conforme a esta ley, y de golpe, cuando el imperio cae, los hombres vuelven a despedazarse los unos a los otros. ¿Y por qué? Porque el orden había sido construido exteriormente, políticamente, jurídicamente, sin haber echado raíces en el corazón y en el espíritu de los hombres.

Así como el mal nace desde el corazón de los hombres, así el bien debe florecer de su corazón, y sin ello no hay ley que valga.

Saulo, todavía no completamente convencido, replica:

- Es justo lo que dices. Pero, hasta que todos los hombres no se hayan transformado por dentro, y hayan llegado a ser responsables, autónomos y justos, las leyes son necesarias. Porque habrá que controlar a los que oprimen a los demás, a los que matan, que roban, que plagian. ¿No nace la civilización humana precisamente de la creación y aceptación de las leyes?

Jesús: - Tienes razón, en efecto yo no digo que haya que abolir las leyes, sino que no esperemos de ellas el logro de la vida buena, creativa, libre y fraternal. En cada fase histórica los hombres se dan las leyes que corresponden a las necesidades sociales de su tiempo, al grado de desarrollo de la conciencia colectiva. Por otro lado, las leyes no dicen lo que hay que hacer sino lo que no debe hacerse, estableciendo la base mínima de las relaciones civiles, no alcanzando la cual el individuo es antisocial, y esto no es permitido porque daña a todos. Y en fin, las leyes no son eternas, fijas y rígidas, y van siendo superadas, mejoradas, reemplazadas a medida del desarrollo humano. Por eso, cuando digo que no hay que vivir sometidos a las leyes establecidas de vez en vez, digo que hay que vivir más allá de las leyes, y actuar según principios más elevados, conforme a niveles de civilización superiores a los existentes.

Saulo: - ¿Pero basta con ser interiormente puros para salvarse? ¿Bastan las buenas intenciones del corazón? ¿Nos debemos entonces separar del mundo e invitar a los otros a alejarse de sus tentaciones para vivir en la pureza de la fe?

Jesús: - Escucha, Pablo.

Saulo: - ¿Cómo Pablo?

Jesús: - Te llamo Pablo, porque te invito a actuar en el mundo entero. A llevar adelante lo que yo comencé. El buen corazón sin las obras es un corazón mezquino. Los hombres realizan las obras, y obrando crecer. Y cuando digo obras hablo de cultivar campos fecundos, construir casas acogedoras, guiar naves seguras y veloces, educar hijos virtuosos, curar a los enfermos, construir comunidades de hombres libres, descifrar el libro de la naturaleza, escribir con las palabras y con la luz ciencias y artes, buscar la verdad y el ser. Haciendo así, cada uno, aquello que puede y que sabe, según lo que le apasiona y según las necesidades del mundo, pero llevando potencias, conocimientos, pasiones y necesidades a los más altos niveles de realización humana, de modo que Dios se refleje en nosotros y nosotros en Dios.

El Padre nuestro celestial está inquieto, porque ha creado a los hombres queriendo que llegasen a ser libres, dueños de sí, creativos, hermanos, en armonía con la naturaleza; pero poquísimos llegan a ser lo que son, y los más se empeñan en ser inferiores a sí mismos. Dios no reencontrará la alegría hasta que los hombres vuelvan a ser personificaciones vivas de la divinidad.

- ¿Y yo podré hacer todo esto? – dice Pablo alzando los ojos al cielo.

Cuando los baja está solo. Escucha un trote y ve al caballo que vuelve. Monta, se suelta la espada, la deja caer a tierra, y parte al galope decidido a transformar el mundo.
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Los acontecimientos se precipitan. Los hombres del poder y de la ciencia no pueden tolerar y no saben comprender a este hombre grande y libre. Lo cercan, lo capturan, lo torturan, y finalmente lo matan. Los amigos se dispersan. Judas se suicida, Pedro lo reniega. Sólo algunas amigas se atreven a presenciar la tragedia, y se hacen cargo de su sepultura. Van al sepulcro y lo encuentran vacío.


******************


Saulo de Tarso galopa a caballo en el camino a Damasco. Es un joven que no ha cumplido aún los treinta años. Obsesionado por el ansia de defender la pureza de su fe, el Templo y la Ley, va persiguiendo a todos aquellos que se muestran fascinados e influenciados por la figura misteriosa de Jesús, aquél coetáneo suyo que no conoció, y que predicó fuera del Templo, y que quiso reemplazar las prescripciones de los Libros Sagrados con la simple exortación al amor de todos con todos.

Es de noche. El camino es interminable y desierto. El cielo está cubierto de nubes y ninguna luz de aldea o ciudad llega hasta él. Llegado a una encrucijada detiene el caballo, inseguro sobre la dirección a seguir, y escucha una voz a su espalda:

- Saulo, ¿por qué me persigues?

Saulo se gira, ve a un hombre y le pregunta:

- ¿Quién eres?

- Jesús: - Soy Jesús.

Saulo se sobresalta, el caballo se encabrita y el jinete cae a tierra. El caballo escapa. Saulo y Jesús están solos, uno frente al otro. Saulo se levanta, observa largamente a Jesús, y le dice:

- No eres tú. Jesús murió.

Jesús: - Sí, morí. Y estoy vivo.

Saulo: - O estás muerto, o estás vivo. Cuando hay muerte, ya no hay vida, y cuando hay vida, no hay aún muerte.

Jesús: - Pero, tu eres un fariseo y crees en la resurrección.

Saulo: Cierto, pero al final de los tiempos, cuando todos hayamos muerto.

Jesús: - Muere el cuerpo, que es corruptible. Pero el hombre no es sólo un cuerpo que se deteriora. “No toda carne es igual, sino que una es la carne de los hombres, otra la de los animales, otra la de las aves, otra la de los peces. Hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres. Uno es el resplandor del sol, otro el de la luna, otro el de las estrellas. Así también es en la resurrección de los muertos: se siembra corrupción, resucita incorrupción, se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza, se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual”.

Saulo reflexiona, y luego afirma:

- Yo creo en lo que está escrito: el que cumple la Ley tendrá la vida eterna.

Jesús: - “El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado, la Ley”.

Saulo: ¿Qué dices? Al contrario, la Ley es lo que impide a los hombres pecar. Los hombres y las mujeres que cumplen todas las leyes y observan todos los reglamentos, ésos son mujeres y hombres virtuosos, y los que en cambio no se conforman deben ser vigilados y castigados.

Jesús: - Los torturadores de todas las dictaduras se justifican diciendo que no tienen culpa porque cumplen las leyes y las órdenes. Y los burócratas de todos los estados democráticos se justifican diciendo que observan los reglamentos cuando obligan a los ciudadanos a esperar interminablemente su turno, y cuando obstaculizan sus iniciativas hasta que no se deciden a poner el timbre decisivo sobre el conjunto de los certificados. Y los especuladores de todos los mercados se justifican de la pobreza que producen a su alrededor y de la destrucción de la naturaleza, diciendo que se limitan a seguir las leyes del mercado. Y cuando se han cumplido todas las leyes y todos los reglamentos, tantos hombres y mujeres han sido mutilados y asesinados, la mayor parte de los ciudadanos han dejado de participar en la construcción de sus propias vidas o se han acostumbrado a una existencia sometida, y los consumidores se contentan de sustitutos o se resignan a los desechos. Y los torturadores, los burócratas, los especuladores y todos los otros, creen estar cercanos a Dios y ganarse el cielo porque cumplen puntualmente los rituales de las religiones de las que se declaran fieles.

Saulo está sacudido por estas palabras, que le revelan el tremendo error que está cometiendo cuando en nombre del cumplimiento de la ley él mismo se ha convertido en un feroz perseguidor de seres humanos. Se pone las manos en la cabeza:

- Dios mío, ¡qué estoy haciendo!

Mira a Jesús y le pregunta:

- Pero ¿entonces? Si los hombres dejan de cumplir las leyes y de respetar las tradiciones, se abandonan a sus propios instintos y actúan como animales. Ya no habrá padres e hijos, gobernantes y gobernados, cada uno lucha por su propia afirmación y el hombre se torna lobo para el hombre. ¿Y cómo se combate entonces el mal, el pecado?

Jesús: - Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: las fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre. Y la respuesta debe venir desde dentro del hombre. Hay que actuar, pues, a partir del hombre, de su espíritu.

Mira lo que sucedió al comunismo. Nació para construir una sociedad de hombres iguales, libres y justos, sin clases, sin explotación, sin egoísmos. Impuso sobre un vasto imperio una nueva ley que obligaba a todos a la solidaridad, a la cooperación. Y he ahí, pasan una, dos, tres generaciones que viven conforme a esta ley, y de golpe, cuando el imperio cae, los hombres vuelven a despedazarse los unos a los otros. ¿Y por qué? Porque el orden había sido construido exteriormente, políticamente, jurídicamente, sin haber echado raíces en el corazón y en el espíritu de los hombres.

Así como el mal nace desde el corazón de los hombres, así el bien debe florecer de su corazón, y sin ello no hay ley que valga.

Saulo, todavía no completamente convencido, replica:

- Es justo lo que dices. Pero, hasta que todos los hombres no se hayan transformado por dentro, y hayan llegado a ser responsables, autónomos y justos, las leyes son necesarias. Porque habrá que controlar a los que oprimen a los demás, a los que matan, que roban, que plagian. ¿No nace la civilización humana precisamente de la creación y aceptación de las leyes?

Jesús: - Tienes razón, en efecto yo no digo que haya que abolir las leyes, sino que no esperemos de ellas el logro de la vida buena, creativa, libre y fraternal. En cada fase histórica los hombres se dan las leyes que corresponden a las necesidades sociales de su tiempo, al grado de desarrollo de la conciencia colectiva. Por otro lado, las leyes no dicen lo que hay que hacer sino lo que no debe hacerse, estableciendo la base mínima de las relaciones civiles, no alcanzando la cual el individuo es antisocial, y esto no es permitido porque daña a todos. Y en fin, las leyes no son eternas, fijas y rígidas, y van siendo superadas, mejoradas, reemplazadas a medida del desarrollo humano. Por eso, cuando digo que no hay que vivir sometidos a las leyes establecidas de vez en vez, digo que hay que vivir más allá de las leyes, y actuar según principios más elevados, conforme a niveles de civilización superiores a los existentes.

Saulo: - ¿Pero basta con ser interiormente puros para salvarse? ¿Bastan las buenas intenciones del corazón? ¿Nos debemos entonces separar del mundo e invitar a los otros a alejarse de sus tentaciones para vivir en la pureza de la fe?

Jesús: - Escucha, Pablo.

Saulo: - ¿Cómo Pablo?

Jesús: - Te llamo Pablo, porque te invito a actuar en el mundo entero. A llevar adelante lo que yo comencé. El buen corazón sin las obras es un corazón mezquino. Los hombres realizan las obras, y obrando crecer. Y cuando digo obras hablo de cultivar campos fecundos, construir casas acogedoras, guiar naves seguras y veloces, educar hijos virtuosos, curar a los enfermos, construir comunidades de hombres libres, descifrar el libro de la naturaleza, escribir con las palabras y con la luz ciencias y artes, buscar la verdad y el ser. Haciendo así, cada uno, aquello que puede y que sabe, según lo que le apasiona y según las necesidades del mundo, pero llevando potencias, conocimientos, pasiones y necesidades a los más altos niveles de realización humana, de modo que Dios se refleje en nosotros y nosotros en Dios.

El Padre nuestro celestial está inquieto, porque ha creado a los hombres queriendo que llegasen a ser libres, dueños de sí, creativos, hermanos, en armonía con la naturaleza; pero poquísimos llegan a ser lo que son, y los más se empeñan en ser inferiores a sí mismos. Dios no reencontrará la alegría hasta que los hombres vuelvan a ser personificaciones vivas de la divinidad.

- ¿Y yo podré hacer todo esto? – dice Pablo alzando los ojos al cielo.

Cuando los baja está solo. Escucha un trote y ve al caballo que vuelve. Monta, se suelta la espada, la deja caer a tierra, y parte al galope decidido a transformar el mundo.
‹ LA SALUD - (Capítulo 7) arriba


EL PROYECTO DE JESÚS
EL TEMPLO - (Capítulo 1)
LAS TENTACIONES - (Capítulo 2)
EL PROYECTO - (Capítulo 3)
LA COMUNIDAD - (Capítulo 4)
LA MULTIPLICACIÓN - (Capítulo 5)
EL PODER - (Capítulo 6)
LA SALUD - (Capítulo 7)
LA RESURRECCIÓN - (Capítulo 8)
LA RESURRECCIÓN - (Capítulo 8)

Los acontecimientos se precipitan. Los hombres del poder y de la ciencia no pueden tolerar y no saben comprender a este hombre grande y libre. Lo cercan, lo capturan, lo torturan, y finalmente lo matan. Los amigos se dispersan. Judas se suicida, Pedro lo reniega. Sólo algunas amigas se atreven a presenciar la tragedia, y se hacen cargo de su sepultura. Van al sepulcro y lo encuentran vacío.


******************


Saulo de Tarso galopa a caballo en el camino a Damasco. Es un joven que no ha cumplido aún los treinta años. Obsesionado por el ansia de defender la pureza de su fe, el Templo y la Ley, va persiguiendo a todos aquellos que se muestran fascinados e influenciados por la figura misteriosa de Jesús, aquél coetáneo suyo que no conoció, y que predicó fuera del Templo, y que quiso reemplazar las prescripciones de los Libros Sagrados con la simple exortación al amor de todos con todos.

Es de noche. El camino es interminable y desierto. El cielo está cubierto de nubes y ninguna luz de aldea o ciudad llega hasta él. Llegado a una encrucijada detiene el caballo, inseguro sobre la dirección a seguir, y escucha una voz a su espalda:

- Saulo, ¿por qué me persigues?

Saulo se gira, ve a un hombre y le pregunta:

- ¿Quién eres?

- Jesús: - Soy Jesús.

Saulo se sobresalta, el caballo se encabrita y el jinete cae a tierra. El caballo escapa. Saulo y Jesús están solos, uno frente al otro. Saulo se levanta, observa largamente a Jesús, y le dice:

- No eres tú. Jesús murió.

Jesús: - Sí, morí. Y estoy vivo.

Saulo: - O estás muerto, o estás vivo. Cuando hay muerte, ya no hay vida, y cuando hay vida, no hay aún muerte.

Jesús: - Pero, tu eres un fariseo y crees en la resurrección.

Saulo: Cierto, pero al final de los tiempos, cuando todos hayamos muerto.

Jesús: - Muere el cuerpo, que es corruptible. Pero el hombre no es sólo un cuerpo que se deteriora. “No toda carne es igual, sino que una es la carne de los hombres, otra la de los animales, otra la de las aves, otra la de los peces. Hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres. Uno es el resplandor del sol, otro el de la luna, otro el de las estrellas. Así también es en la resurrección de los muertos: se siembra corrupción, resucita incorrupción, se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza, se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual”.

Saulo reflexiona, y luego afirma:

- Yo creo en lo que está escrito: el que cumple la Ley tendrá la vida eterna.

Jesús: - “El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado, la Ley”.

Saulo: ¿Qué dices? Al contrario, la Ley es lo que impide a los hombres pecar. Los hombres y las mujeres que cumplen todas las leyes y observan todos los reglamentos, ésos son mujeres y hombres virtuosos, y los que en cambio no se conforman deben ser vigilados y castigados.

Jesús: - Los torturadores de todas las dictaduras se justifican diciendo que no tienen culpa porque cumplen las leyes y las órdenes. Y los burócratas de todos los estados democráticos se justifican diciendo que observan los reglamentos cuando obligan a los ciudadanos a esperar interminablemente su turno, y cuando obstaculizan sus iniciativas hasta que no se deciden a poner el timbre decisivo sobre el conjunto de los certificados. Y los especuladores de todos los mercados se justifican de la pobreza que producen a su alrededor y de la destrucción de la naturaleza, diciendo que se limitan a seguir las leyes del mercado. Y cuando se han cumplido todas las leyes y todos los reglamentos, tantos hombres y mujeres han sido mutilados y asesinados, la mayor parte de los ciudadanos han dejado de participar en la construcción de sus propias vidas o se han acostumbrado a una existencia sometida, y los consumidores se contentan de sustitutos o se resignan a los desechos. Y los torturadores, los burócratas, los especuladores y todos los otros, creen estar cercanos a Dios y ganarse el cielo porque cumplen puntualmente los rituales de las religiones de las que se declaran fieles.

Saulo está sacudido por estas palabras, que le revelan el tremendo error que está cometiendo cuando en nombre del cumplimiento de la ley él mismo se ha convertido en un feroz perseguidor de seres humanos. Se pone las manos en la cabeza:

- Dios mío, ¡qué estoy haciendo!

Mira a Jesús y le pregunta:

- Pero ¿entonces? Si los hombres dejan de cumplir las leyes y de respetar las tradiciones, se abandonan a sus propios instintos y actúan como animales. Ya no habrá padres e hijos, gobernantes y gobernados, cada uno lucha por su propia afirmación y el hombre se torna lobo para el hombre. ¿Y cómo se combate entonces el mal, el pecado?

Jesús: - Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: las fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre. Y la respuesta debe venir desde dentro del hombre. Hay que actuar, pues, a partir del hombre, de su espíritu.

Mira lo que sucedió al comunismo. Nació para construir una sociedad de hombres iguales, libres y justos, sin clases, sin explotación, sin egoísmos. Impuso sobre un vasto imperio una nueva ley que obligaba a todos a la solidaridad, a la cooperación. Y he ahí, pasan una, dos, tres generaciones que viven conforme a esta ley, y de golpe, cuando el imperio cae, los hombres vuelven a despedazarse los unos a los otros. ¿Y por qué? Porque el orden había sido construido exteriormente, políticamente, jurídicamente, sin haber echado raíces en el corazón y en el espíritu de los hombres.

Así como el mal nace desde el corazón de los hombres, así el bien debe florecer de su corazón, y sin ello no hay ley que valga.

Saulo, todavía no completamente convencido, replica:

- Es justo lo que dices. Pero, hasta que todos los hombres no se hayan transformado por dentro, y hayan llegado a ser responsables, autónomos y justos, las leyes son necesarias. Porque habrá que controlar a los que oprimen a los demás, a los que matan, que roban, que plagian. ¿No nace la civilización humana precisamente de la creación y aceptación de las leyes?

Jesús: - Tienes razón, en efecto yo no digo que haya que abolir las leyes, sino que no esperemos de ellas el logro de la vida buena, creativa, libre y fraternal. En cada fase histórica los hombres se dan las leyes que corresponden a las necesidades sociales de su tiempo, al grado de desarrollo de la conciencia colectiva. Por otro lado, las leyes no dicen lo que hay que hacer sino lo que no debe hacerse, estableciendo la base mínima de las relaciones civiles, no alcanzando la cual el individuo es antisocial, y esto no es permitido porque daña a todos. Y en fin, las leyes no son eternas, fijas y rígidas, y van siendo superadas, mejoradas, reemplazadas a medida del desarrollo humano. Por eso, cuando digo que no hay que vivir sometidos a las leyes establecidas de vez en vez, digo que hay que vivir más allá de las leyes, y actuar según principios más elevados, conforme a niveles de civilización superiores a los existentes.

Saulo: - ¿Pero basta con ser interiormente puros para salvarse? ¿Bastan las buenas intenciones del corazón? ¿Nos debemos entonces separar del mundo e invitar a los otros a alejarse de sus tentaciones para vivir en la pureza de la fe?

Jesús: - Escucha, Pablo.

Saulo: - ¿Cómo Pablo?

Jesús: - Te llamo Pablo, porque te invito a actuar en el mundo entero. A llevar adelante lo que yo comencé. El buen corazón sin las obras es un corazón mezquino. Los hombres realizan las obras, y obrando crecer. Y cuando digo obras hablo de cultivar campos fecundos, construir casas acogedoras, guiar naves seguras y veloces, educar hijos virtuosos, curar a los enfermos, construir comunidades de hombres libres, descifrar el libro de la naturaleza, escribir con las palabras y con la luz ciencias y artes, buscar la verdad y el ser. Haciendo así, cada uno, aquello que puede y que sabe, según lo que le apasiona y según las necesidades del mundo, pero llevando potencias, conocimientos, pasiones y necesidades a los más altos niveles de realización humana, de modo que Dios se refleje en nosotros y nosotros en Dios.

El Padre nuestro celestial está inquieto, porque ha creado a los hombres queriendo que llegasen a ser libres, dueños de sí, creativos, hermanos, en armonía con la naturaleza; pero poquísimos llegan a ser lo que son, y los más se empeñan en ser inferiores a sí mismos. Dios no reencontrará la alegría hasta que los hombres vuelvan a ser personificaciones vivas de la divinidad.

- ¿Y yo podré hacer todo esto? – dice Pablo alzando los ojos al cielo.

Cuando los baja está solo. Escucha un trote y ve al caballo que vuelve. Monta, se suelta la espada, la deja caer a tierra, y parte al galope decidido a transformar el mundo.
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Los acontecimientos se precipitan. Los hombres del poder y de la ciencia no pueden tolerar y no saben comprender a este hombre grande y libre. Lo cercan, lo capturan, lo torturan, y finalmente lo matan. Los amigos se dispersan. Judas se suicida, Pedro lo reniega. Sólo algunas amigas se atreven a presenciar la tragedia, y se hacen cargo de su sepultura. Van al sepulcro y lo encuentran vacío.


******************


Saulo de Tarso galopa a caballo en el camino a Damasco. Es un joven que no ha cumplido aún los treinta años. Obsesionado por el ansia de defender la pureza de su fe, el Templo y la Ley, va persiguiendo a todos aquellos que se muestran fascinados e influenciados por la figura misteriosa de Jesús, aquél coetáneo suyo que no conoció, y que predicó fuera del Templo, y que quiso reemplazar las prescripciones de los Libros Sagrados con la simple exortación al amor de todos con todos.

Es de noche. El camino es interminable y desierto. El cielo está cubierto de nubes y ninguna luz de aldea o ciudad llega hasta él. Llegado a una encrucijada detiene el caballo, inseguro sobre la dirección a seguir, y escucha una voz a su espalda:

- Saulo, ¿por qué me persigues?

Saulo se gira, ve a un hombre y le pregunta:

- ¿Quién eres?

- Jesús: - Soy Jesús.

Saulo se sobresalta, el caballo se encabrita y el jinete cae a tierra. El caballo escapa. Saulo y Jesús están solos, uno frente al otro. Saulo se levanta, observa largamente a Jesús, y le dice:

- No eres tú. Jesús murió.

Jesús: - Sí, morí. Y estoy vivo.

Saulo: - O estás muerto, o estás vivo. Cuando hay muerte, ya no hay vida, y cuando hay vida, no hay aún muerte.

Jesús: - Pero, tu eres un fariseo y crees en la resurrección.

Saulo: Cierto, pero al final de los tiempos, cuando todos hayamos muerto.

Jesús: - Muere el cuerpo, que es corruptible. Pero el hombre no es sólo un cuerpo que se deteriora. “No toda carne es igual, sino que una es la carne de los hombres, otra la de los animales, otra la de las aves, otra la de los peces. Hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres. Uno es el resplandor del sol, otro el de la luna, otro el de las estrellas. Así también es en la resurrección de los muertos: se siembra corrupción, resucita incorrupción, se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza, se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual”.

Saulo reflexiona, y luego afirma:

- Yo creo en lo que está escrito: el que cumple la Ley tendrá la vida eterna.

Jesús: - “El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado, la Ley”.

Saulo: ¿Qué dices? Al contrario, la Ley es lo que impide a los hombres pecar. Los hombres y las mujeres que cumplen todas las leyes y observan todos los reglamentos, ésos son mujeres y hombres virtuosos, y los que en cambio no se conforman deben ser vigilados y castigados.

Jesús: - Los torturadores de todas las dictaduras se justifican diciendo que no tienen culpa porque cumplen las leyes y las órdenes. Y los burócratas de todos los estados democráticos se justifican diciendo que observan los reglamentos cuando obligan a los ciudadanos a esperar interminablemente su turno, y cuando obstaculizan sus iniciativas hasta que no se deciden a poner el timbre decisivo sobre el conjunto de los certificados. Y los especuladores de todos los mercados se justifican de la pobreza que producen a su alrededor y de la destrucción de la naturaleza, diciendo que se limitan a seguir las leyes del mercado. Y cuando se han cumplido todas las leyes y todos los reglamentos, tantos hombres y mujeres han sido mutilados y asesinados, la mayor parte de los ciudadanos han dejado de participar en la construcción de sus propias vidas o se han acostumbrado a una existencia sometida, y los consumidores se contentan de sustitutos o se resignan a los desechos. Y los torturadores, los burócratas, los especuladores y todos los otros, creen estar cercanos a Dios y ganarse el cielo porque cumplen puntualmente los rituales de las religiones de las que se declaran fieles.

Saulo está sacudido por estas palabras, que le revelan el tremendo error que está cometiendo cuando en nombre del cumplimiento de la ley él mismo se ha convertido en un feroz perseguidor de seres humanos. Se pone las manos en la cabeza:

- Dios mío, ¡qué estoy haciendo!

Mira a Jesús y le pregunta:

- Pero ¿entonces? Si los hombres dejan de cumplir las leyes y de respetar las tradiciones, se abandonan a sus propios instintos y actúan como animales. Ya no habrá padres e hijos, gobernantes y gobernados, cada uno lucha por su propia afirmación y el hombre se torna lobo para el hombre. ¿Y cómo se combate entonces el mal, el pecado?

Jesús: - Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: las fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre. Y la respuesta debe venir desde dentro del hombre. Hay que actuar, pues, a partir del hombre, de su espíritu.

Mira lo que sucedió al comunismo. Nació para construir una sociedad de hombres iguales, libres y justos, sin clases, sin explotación, sin egoísmos. Impuso sobre un vasto imperio una nueva ley que obligaba a todos a la solidaridad, a la cooperación. Y he ahí, pasan una, dos, tres generaciones que viven conforme a esta ley, y de golpe, cuando el imperio cae, los hombres vuelven a despedazarse los unos a los otros. ¿Y por qué? Porque el orden había sido construido exteriormente, políticamente, jurídicamente, sin haber echado raíces en el corazón y en el espíritu de los hombres.

Así como el mal nace desde el corazón de los hombres, así el bien debe florecer de su corazón, y sin ello no hay ley que valga.

Saulo, todavía no completamente convencido, replica:

- Es justo lo que dices. Pero, hasta que todos los hombres no se hayan transformado por dentro, y hayan llegado a ser responsables, autónomos y justos, las leyes son necesarias. Porque habrá que controlar a los que oprimen a los demás, a los que matan, que roban, que plagian. ¿No nace la civilización humana precisamente de la creación y aceptación de las leyes?

Jesús: - Tienes razón, en efecto yo no digo que haya que abolir las leyes, sino que no esperemos de ellas el logro de la vida buena, creativa, libre y fraternal. En cada fase histórica los hombres se dan las leyes que corresponden a las necesidades sociales de su tiempo, al grado de desarrollo de la conciencia colectiva. Por otro lado, las leyes no dicen lo que hay que hacer sino lo que no debe hacerse, estableciendo la base mínima de las relaciones civiles, no alcanzando la cual el individuo es antisocial, y esto no es permitido porque daña a todos. Y en fin, las leyes no son eternas, fijas y rígidas, y van siendo superadas, mejoradas, reemplazadas a medida del desarrollo humano. Por eso, cuando digo que no hay que vivir sometidos a las leyes establecidas de vez en vez, digo que hay que vivir más allá de las leyes, y actuar según principios más elevados, conforme a niveles de civilización superiores a los existentes.

Saulo: - ¿Pero basta con ser interiormente puros para salvarse? ¿Bastan las buenas intenciones del corazón? ¿Nos debemos entonces separar del mundo e invitar a los otros a alejarse de sus tentaciones para vivir en la pureza de la fe?

Jesús: - Escucha, Pablo.

Saulo: - ¿Cómo Pablo?

Jesús: - Te llamo Pablo, porque te invito a actuar en el mundo entero. A llevar adelante lo que yo comencé. El buen corazón sin las obras es un corazón mezquino. Los hombres realizan las obras, y obrando crecer. Y cuando digo obras hablo de cultivar campos fecundos, construir casas acogedoras, guiar naves seguras y veloces, educar hijos virtuosos, curar a los enfermos, construir comunidades de hombres libres, descifrar el libro de la naturaleza, escribir con las palabras y con la luz ciencias y artes, buscar la verdad y el ser. Haciendo así, cada uno, aquello que puede y que sabe, según lo que le apasiona y según las necesidades del mundo, pero llevando potencias, conocimientos, pasiones y necesidades a los más altos niveles de realización humana, de modo que Dios se refleje en nosotros y nosotros en Dios.

El Padre nuestro celestial está inquieto, porque ha creado a los hombres queriendo que llegasen a ser libres, dueños de sí, creativos, hermanos, en armonía con la naturaleza; pero poquísimos llegan a ser lo que son, y los más se empeñan en ser inferiores a sí mismos. Dios no reencontrará la alegría hasta que los hombres vuelvan a ser personificaciones vivas de la divinidad.

- ¿Y yo podré hacer todo esto? – dice Pablo alzando los ojos al cielo.

Cuando los baja está solo. Escucha un trote y ve al caballo que vuelve. Monta, se suelta la espada, la deja caer a tierra, y parte al galope decidido a transformar el mundo.
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